Opinión

Abaratar desfiles

La crisis se ha llevado por delante los fastos del Día de la Hispanidad y buena parte de la fiesta de la Guardia Civil. Es lo que tienen las crisis, obligan a meter la tijera sin mirar y pasan estas cosas. Hubo gente que el viernes echó de menos exhibiciones y demostraciones en la tradicional parada militar presidida por el Rey; también, quien recordó con nostalgia los tiempos en que en el cuartel de la Benemérita en Ourense, después de misa y entrega de medallas, se servía lo que parecía un tentempié pero que escondía un ágape en toda regla para los más decididos.

(Para algunas cosas se diría que siempre hubo crisis, pues hace años, no muchos, las parejas de la Guardia Civil debían patrullar a pie determinados días por falta de presupuesto para gasolina).

Será que a uno le dice poco la marcialidad y por eso me permitirán que salude, aunque sea por causas ajenas a la voluntad general, la reducción de la parafernalia castrense, que servidor asocia al castrismo y otras dictaduras, dadas a exhibiciones de destreza de su ejército y de músculo armamentístico, como subliminal de intimidación interna y externa. Es lo que se llama política de gestos. La comparación es odiosa, pues aquí sólo tienen carácter lúdico y festivo, pero inevitable, tal vez por la aversión personal cuasi patológica a las armas de fuego, sean viejos mauser o carabinas de perdigones, escopetas de balines, que decíamos en la lejana infancia.

Por otra parte, ni inspectores de Hacienda, ni médicos -seguramente más que guardias civiles-, ni docentes, ni por supuesto abogados o periodistas, por no hablar de los comerciantes, sienten la menor necesidad de celebraciones urbi et orbi, sino que en caso de confraternización profesional, éstas tienen carácter interno, que parece mucho más propio.

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