Opinión

Ayer brazos, hoy cabezas

La sociedad en que vivimos está condicionada por los efectos de la crisis, que empeora por momentos, sin que se pueda divisar la esperanza en el horizonte. Qué optimistas eran la ministra de Economía del anterior Gobierno y el propio Zapatero, cuando hace ya más de dos años intuían la senda de la recuperación -brotes verdes los definió Elena Salgado, cuando su presidente afirmaba que están dadas las condiciones para iniciar el crecimiento, según anunció al Rey el 10 de agosto de 2010-; la realidad, bien se ve, fue muy distinta.

Comparado con entonces, hay menos empleo, más paro, menos derechos sociales, menos prestaciones y ha descendido un par de escalones el estado del bienestar. Centenares de miles de ciudadanos lo pasan hoy mucho peor. ONGs e instituciones asistenciales como Cáritas o Cruz Roja ven desbordadas sus previsiones para paliar las necesidades básicas de los menesterosos.

Junto a lo descrito, que ya es grave, se produce otro fenómeno menos aparatoso, pero de consecuencias imprevisibles. Es el éxodo, como si volviésemos a tiempos que dábamos por felizmente pasados, comprendidos entre finales del siglo XIX y el último cuarto del XX. Los españoles en general y los gallegos en particular -con los ourensanos a la cabeza- fueron por el mundo en busca del futuro que su tierra les negaba. Primero a Cuba, luego a Argentina, Brasil, México, Venezuela, Panamá e incluso a Australia; luego a Centroeuropa, donde colocamoslos mejores brazos de cada generación, para contribuir a hacer grandes esos países de acogida. Cierto que buena parte de los beneficios de ese sudor revirtieron en la tierra de origen, a la que también ayudaron a crecer, y a hacer boyantes sus cajas de ahorros -ay, adónde fue todo aquello-, hoy hechas añicos, víctimas asimismo de la crisis, el desgobierno y la altivez de sus ejecutivos, más preocupados de su situación personal que de las entidades que regían.

Entonces, digo, perdimos una parte de lo más valioso que teníamos. Fue el tiempo de las viudas de vivos e mortos, que dijo Rosalía.Allí comenzó la ruina del rural. Ahora, perdemos otra buena porción de mejores cabezas, integrantes de la generación más preparada de la historia, que se van a la procura de una salida profesional que aquí somos incapaces de ofrecerles.

No se sabe para quien es más dramática la situación, si para los que se ven empujados a emigrar o para los que quedan. Quizá para nosotros, pues al fin y al cabo, quienes van fuera y hallan salida, echarán de menos su entorno, pero acabarán echando raíces y creando otro que les llenará vital, emocional y afectivamente.

Si esto se prolonga -nada dice que pueda ser un periodo corto-, el daño será irreparable. Si el rural fue otrora el gran damnificado, ahora lo será la sociedad urbana, pues es en ese entorno en el que se producirá la sangría. La coyuntura que se avecina hará mucho más difícil evolucionar al nivel de otros pueblos o comunidades, ya que estaremos en situación de desventaja, en el caso de que en un futuro más o menos próximo, vinieran bien dadas.

A Galicia siempre le tocó bailar con la más fea, aunque en realidad haya que matizar. Quien paga los platos rotos es la Galicia interior, sima que agrandan sin parar las políticas de Madrid y Santiago desde tiempo inmemorial. No deja de ser un sarcasmo que parte de la Galicia más rica lo es gracias a haber acaparado las inversiones y subvenciones concedidas para la Galicia pobre. A pesar de la gravedad, aún es posible poner remedio. Sólo falta voluntad y consenso entre los que mandan. A ustedes les parecerá mucho pedir, pero por decirlo una vez más que no quede.

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