Opinión

Justos

Sagaces o torpes; impertérritos o impresionables; honestos o marrulleros. En un jurado popular puede haber de todo, como en la grada del Bernabéu, el hemiciclo del Congreso o la redacción de un periódico. La única condición que se les exige es que sean justos. Todo lo demás, pura anécdota. Y, como tal, deben valorar las pruebas de cargo, que tanto pesan en castellano como humean en la jerga anglosajona -’el smoking gun’ o pistola humeante-. Y en un más difícil todavía aparecen dos subtipos: las directas (te pillan con las manos en la masa) o las indiciarias, aquéllas que precisan un juicio de valor racional para que el justo, además, sea cabal. Pero el discernimiento tiene sus vericuetos y no es igual de contundente con el funcionario público tentado por la codicia, el asesinato del vecino o la quema de un monte con mechero y garrafa. Y como la experiencia es un grado, qué mejor que los que son aún más justos (y sagaces, impertérritos y honestos) saquen conclusiones.

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