Opinión

Muros, como Berlín

Cuando habamos de muros de separación, el pensamiento políticamente correcto trata de equiparar el que Israel, EE.UU. o España en Ceuta y Melilla levantan en sus fronteras, con el del Berlín comunista, que comenzó a derruirse hace ahora veinte años.


‘Todos los muros son iguales’, gritan muchos supuestos progresistas españoles, a los que la desaparición del de Berlín los irritó porque no deseaban que se descubriera que ocultaba el comunismo siniestro, vil, triste, de delación, de miedo y mucho más pobre en alimentación, vivienda o sanidad que el que había dejado la dictadura de Franco. Los muros son diferentes: unos sirven para no dejar entrar, para proteger a quien está en el interior; otros son para no dejar salir, como los de las prisiones.


La primera gran diferencia estaba en los muros de ambos sistemas dictatoriales. El del mundo socialista era una prisión herméticamente cerrada, y lo es aún en diferentes grados penales, en Corea del Norte, Cuba o China.


El de Franco, con excepción de su primera década, estaba abierto a la salida vigilada del país, sobre todo para que los emigrantes enviaran divisas.


Esa era la diferencia fundamental entre ambos sistemas. La misma que entre los presos en primer grado, que era el mundo comunista, y los de cuarto grado o de libertad condicional, que eran los españoles bajo el franquismo, especialmente desde 1960.


Condenados, todos, pero el miedo, la delación, las humillaciones bajo los burócratas del régimen, eran mucho menores, menos inhumanos, en el franquismo.


Los demócratas españoles que hemos vivido durante años en el mundo comunista, debemos comparar el régimen franquista con ese paraíso progresista que insisten en reavivar.


Pues, no. Que no traten de engañar quienes promueven nuevos paraísos que siempre serán horribles mazmorras sin salida.



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