Opinión

Sombra negra sobre Turquía

El autogolpe de Estado del presidente Recep Tayyip Erdogan con las purgas a todos los opositores aprovechando el fracaso del golpe militar contra su nuevo sultanato es la continuación del régimen que inició en 2003, y con el que fue imponiendo lentamente una sombra negra islamista sobre el país.

Hay una Turquía de antes de Erdogan, y otra tras los 13 años de este piadoso musulmán como primer ministro, hasta 2014, y desde entonces como presidente.

El mejor medio de medir el progreso o retroceso de una sociedad está en las libertades y oportunidades que tienen sus mujeres. Aquel país en el que sólo se veían mujeres veladas en las zonas rurales, pero raramente en las de las ciudades, se ha oscurecido y ahora las que van descubiertas ya son una minoría, frecuentemente estigmatizada.

Turquía está encerrando a las mujeres bajo un creciente número de niqab, burka negro sin rejilla, poniéndoles apariencia de hamamböcegi, cucarachas, como las definen los liberales, cuyo lugar en la sociedad vuelve a ser ocupado por el machismo otomano e islamista.

Es tal el poder de la organización social musulmana que cuando se apodera de un pueblo ni siquiera puede evitar su vuelta casi un siglo después de la revolución laicista que trajo en 1923 Mustafa Kemal Atatürk.

Un país que era relativamente libre y que avanzaba hacia las normas comunes europeas, se ha vuelto neo-otomano, con un islam intimidatorio que mata la alegría de vivir, que incluso afea las risas en la calle. Se imponen la severidad, la tristeza y los rezos: Alá y Mahoma están matando al cosmopolitismo y la ilustración.

Erdogan le ha impuesto a Turquía su dios fabricante de desolación y congoja, que en próximos años producirá pobreza económica, intelectual, e imperialismo.

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