Opinión

A un tiro de piedra

A un tiro de piedra del día en que los Estados Unidos tendrán nuevo presidente, aquellos que no somos estadounidenses y con mayor propiedad los que somos europeos, no solo estamos haciendo cálculos con la esperanza de que las encuestas no nos fallen y corroboren el triunfo de Joe Biden el candidato demócrata, sino que incluso nos encontramos en la difícil tesitura de entenderlo. O sea, de explicarnos a nosotros mismos cómo es posible que nos entusiasmemos con su victoria. Entender, el hecho ininteligible de que para desempeñar la más alta magistratura del país supuestamente más poderoso de la tierra, estén propuestos dos sujetos que rivalizan en incultura, insensatez, simpleza, inmadurez e incompetencia aunque ambos sean hombres ya veteranos de una edad que en ambos casos supera ampliamente los setenta. Es cierto que el presidente actual además de un patán es un peligro público, pero la dramática realidad es que el aspirante que han elegido los demócratas para obtener la Casa Blanca apenas le gana en luces aunque, a primera vista, parece menos peligroso. Observar a ambos competir para ver quien hace un mayor ridículo en mítines, conferencias de prensa, entrevistas y especialmente en debates televisivos, propone la dolorosa certeza de que la calidad política y parlamentaria de la clase política estadounidense está bajo mínimos, y que cualquiera de los cuarenta y cuatro personajes que han ostentado el cargo antes de su titular actual es incomparablemente mejor que esta pareja de aspirantes de cuyas decisiones va a depender la estabilidad de un mundo en serio compromiso.

Sospecho sin embargo, que la culpa la tenemos nosotros, empeñados en interpretar la realidad política, social y administrativa de los Estados Unidos con la visión de un europeo. Intentar hacer nuestro un paisaje tan distante en condiciones, situaciones, geografía política y comportamiento como una vista panorámica de la Luna. Ese es quizá nuestro error.

En todo caso más vale que vayamos tratando de hacernos a la idea. Y nos convenzamos de que, si bien los verdaderos protagonistas de la política de Washington no deben ser tan malos como los de “House of cars”, también son mucho más imbéciles.

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