Opinión

El antes y el después


En un reciente libro de contenido político escrito por el periodista Sergio del Molino titulado “Un tal González”, se cita  el encuentro secreto mantenido en 1976 por Alfonso Guerra y Felipe González con Andrés Casinello y su segundo de a bordo del Seced, antecedente del actual Centro Nacional de Inteligencia. La entrevista  se produjo en el Hotel Princesa de Madrid y de ella se conserva según el autor, el informe escrito por los espías. Según el documento, fue Felipe el que habló por los dos dirigentes socialistas, -ambos deambulando por una suerte de ilegalidad permitida un año después del fallecimiento de Franco- y en él se cita textualmente un párrafo pronunciado a modo de declaración de intenciones, por Felipe: “Para nosotros –los socialistas- España es España. Es importante resaltarlo desde el punto de vista político, porque España no puede ser el atributo de la derecha. Ni la patria ni el patriotismo son atributos de la derecha. Eso, ni en broma”.

De eso han pasado cuarenta y seis años y el mundo no es el que era aunque muchos principios esenciales para la convivencia del género humano permanecen. Paradójicamente, otros imprescindibles han sucumbido, o eso al menos sospecho tras asistir a  los últimos acontecimientos. Deberían serlo porque forman parte de un protocolo irrenunciable y trascendente que nos afecta y ennoblece a todos. Pero no es así. Por ejemplo,  el concepto de país, de nación y de Estado. El que el recién nombrado secretario general del Partido Socialista tras la famosa reunión del teatro de Suresnes dos años antes, participaba a los curtidos espías pos franquistas  que le citaron para abrir una vía de entendimiento tendente a restablecer el cauce democrático una vez muerto el Caudillo. Su sucesor, un sujeto llamado Pedro Sánchez, lo ha eliminado de un plumazo y sin consultarlo con todos los ciudadanos que administra. Lo ha hecho para garantizar su posición política, tratar de mantenerse en el poder y obtener de todo ello un único y particular beneficio. Por propia iniciativa  y basándose en un argumento que es una falacia indigna, ha reducido al ridículo la pena que el Código Penal establecía para castigar los delitos de Sedición. De quine a cinco años. Lo ha hecho, simplemente, para mantenerse un año más en Moncloa de donde saldrá de los pelos. Lo más triste es que Felipe González, hoy lo tolera y se retrata con él. Guerra no se presta a ello, y por eso no sale en la foto. Guerra los desprecia. A ambos.

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