Opinión

Antes del día D

En estos días de finales de ciclo han ocurrido muchas cosas todas ellas capaces de hacerse noticia por si mismas en vísperas de esa Diada que los catalanes suponen definitiva porque coincide con el trescientos aniversario del monumental error de cálculo originario de la derrota que la Cataluña mártir se empeña en celebrar como victoria. De fondo, el referéndum de noviembre como guía para otorgarle el sentimiento entre paternal y partitivo que los dirigentes del nacionalismo suponen que la fecha merece. En este caso, sin Durán y Lleida que ha resuelto apearse de la demencia en marcha, pero con la sombra de Pujol que es alargada, ciñéndose a los recovecos de las coronas de flores pintadas con la senyera y a los uniformes de los mosqueteros del rey Felipe IV que fueron los que sometieron Cataluña y que en esta fiesta son los malos. En este contexto dice Albert Rivera que Pujol no es un padre coraje sino el jefe de la banda mientras la madre de los Dalton o sea, Marta Ferrusola, se ha arrepentido de mandar a la mierda a un periodista. Ella, tan pragmática y altiva desde siempre, pide disculpas porque perdió los nervios. Sospecho que en el escenario menos hostil de antaño, cuando todo el que pasaba por ventanilla dejaba como tributo el 3%, al periodista metomentodo e insidioso no se le hubiera pedido perdón. Simplemente habría levantado el teléfono y el desventurado habría sido despedido de su periódico o emisora por la vía de urgencia. Al fin y al cabo, como esposa consorte era la dueña porque Pujol y su Generalitat los subvencionaba a todos.

Es esta del 11 de septiembre una fecha cruda y de remembranzas siniestras si bien han pasado más cosas en la víspera que en el día señalado. En la víspera se ha borrado Ana Botella, que no presentará candidatura a la alcaldía de Madrid y no se enfrentará a unas urnas a las que para empuñar la vara de corregidora de la Villa y Corte tampoco antes se había enfrentado.

Y se ha estrenado Pedro Sánchez en el debate parlamentario, y se ha muerto Emilio Botín, aquel señor cántabro siempre con corbata roja que se retrataba mucho más con Fernando Alonso que con Mariano Rajoy. Botín era, a todos los efectos, el banquero por excelencia y, para lo bueno y para lo malo, las finanzas del país ya no son iguales en su ausencia.

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