Opinión

Cada día que pasa

Cada día es un sobresalto, cada mañana hay un nuevo capítulo escrito para ser devorado por el pueblo llano de esta desventura hecha de cartón y martingala, y a cada jornada que trascurre sucede otra con un sainete de contenido mayor cuyo argumento en sus líneas más habituales supera con mucho los límites del esperpento. La última de estas dolorosas patochadas la protagoniza Monago, quien parecía un buen hombre, sensato, recogido en sus actitudes, serio y abonado al recato hasta que alguien le ha puesto de espaldas a la lona revelando esos viajes secretos con cargo al erario público para verse con una guapa mujer al otro lado del confín patrio. Una dama colombiana de 37 años y considerada como empresaria, con la que mantuvo una relación entre paréntesis de un matrimonio aparentemente roto y de nuevo y posteriormente reconstruido, mientras servía al país desde los bancos del Senado. La falta, con toda su obvia carga de desconsideración al sufrido elector que se pregunta si elije senadores para que viajen en busca de amor y cama a su costa, tiene más de ridícula que de otra cosa, y pone el presidente de Extremadura en una situación justamente desairada de la que no parece fácil recuperarse porque complejo es explicarla sobre todo si uno primero dice que sus desplazamientos se los paga del bolsillo y dos días después se aviene al compromiso de devolver el importe de lo gastado.

Lo que está ocurriendo es rotundamente malo pero llega en función de una asignatura estudiada pero no aprobada que los partidos políticos, las organizaciones empresariales y los sindicatos deberían haber afrontado en paralelo a la necesaria y probablemente eficiente tarea de rescatar del marasmo reinante la economía que se había hundido hasta el sótano. Las clases dirigentes supusieron que con esta loable tarea estaba todo resuelto y nadie exigiría más que la recuperación financiera pero ese imprescindible cambio de actitud que ha permitido recortar la deuda, desinflar la prima de riesgo y rescatar el bono de sus niveles más bajos debió acompañarse de una profunda regeneración moral y ésta no se ha propiciado. La frustración, el desconsuelo, el aburrimiento y la permanente erosión de la confianza dibujan un nuevo escenario. Habrá que saber todo esto dónde para.

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