Opinión

La casta es la casta

La compleja situación política que no parece despejarse en absoluto tras la visita de Rajoy a la Zarzuela, y esa atención a la petición real por parte del candidato popular que ha generado cierta perplejidad y mucha controversia a la hora de ser interpretada, ha pillado a Pablo Iglesias meditando en la soledad de la serranía madrileña según narran los periodistas especializados en la información política. Pablo Iglesias, bien por propia voluntad u obligado por las circunstancias, ha procurado mantenerse al margen de una difícil negociación en la que probablemente ha perdido el sitio.

Ya no representa el punto caliente en el debate ni su influencia es de imprescindible tenencia en un futuro acuerdo que soportan ahora tres partidos. Desplazado en las negociaciones para la formación de los órganos decisorios del Congreso y reducido por tanto a su real dimensión representativa en la cámara, a Iglesias le han venido a visitar mientras tanto tres correos muy desagradables que le proponen otros tantos disgustos en un momento en el que lo que menos apetece su formación es una cadena de soponcios.

Iglesias se ha encontrado de buenas a primeras con las informaciones que ha publicado un periódico aragonés sobre las irregularidades cometidas por su secretario de Organización Pablo Echenique con un asistente al que ha mantenido sin contrato y sin cotización a la Seguridad Social durante año y medio, ha conocido la decisión de la Universidad Complutense que suspende a Juan Carlos Monedero durante seis meses por actuar como asesor del gobierno bolivariano a espaldas de la institución y le exige el abono del tanto por ciento correspondiente de los 425.000 euros que cobró en su momento como estipula el régimen interno de dicha universidad y, para colmo de males, habrá de enfrentarse a la denuncia que la periodista Mariló Montero ha presentado contra él en el Instituto de la Mujer porque se ha sabido que Iglesias afirmó sobre ella que “le gustaría azotarla hasta que sangrase”. Echenique culpa al sistema, Monedero denuncia a su vez al rector por hacer público el castigo, e Iglesias guarda silencio en torno a Montero esperando que la presentadora navarra se desinfle ahora que se ha quedado sin programa. Pero, agazapado en las profundidades de Cercedilla, comprende que ahora toca callar y esperar. No hay más remedio. Sobre todo ahora que también es “casta” y a veces se paga por ello.
 

Te puede interesar