Opinión

Confesiones con el cajero

A medida que los ciudadanos de a pie vamos sabiendo el empleo que los consejeros de Caja Madrid otorgaron a esa tarjeta opaca con la que eran obsequiados por sus órganos de dirección nada más tomar posesión de sus cargos, vamos tomando conciencia de la desfachatez que ha presidido la vida cotidiana de estas instituciones a las que su propio sistema de gestión y gobierno han condenado a la inapelable ruina. Los que han gastado quince millones de euros en menos de diez años eran en su mayoría cargos de representación, y ostentaban esas bicocas por pertenecer a un sindicato, a un partido político, a una asociación o a determinadas instituciones legitimadas para estar en la mesa de dirección respondiendo a sus propios principios organizativos. 

Dicen que cuando José Ignacio Gorigolzarri llegó al consejo de Bankia se encontró una mesa a la que se sentaban dieciséis sujetos y por eso preguntó qué hacían allí. Eran todos estos personajes a los que una investigación judicial acusa de haber dilapidado fortunas en puros caprichos personales. El nuevo responsable los puso en l calle. El comportamiento de estos personajes es de una desvergüenza tal que sería deseable para ellos un castigo incluso por la vía penal. En la Revolución francesa su destino habrían sido más chungo.

Un militante de Izquierda Unida llamado José Antonio Moral Santín –cruel broma del destino que un sinvergüenza como éste se apellide así- utilizaba la tarjeta simplemente para sacar efectivo. Obtuvo de esa fábrica de generar billetes casi medio millón de euros en nueve años de los que casi 400.000 los logró simplemente tecleando en un cajero y metiéndose los billetes en el bolsillo. En su último año se llevó 57.000 euros. 

Blesa pagaba safaris, vacaciones y estancias de ensueño, el presidente de la patronal de Madrid se gastaba cantidades fabulosas en sus propios restaurantes, Norniella saqueaba con su tarjeta la sección gourmet del Corte Inglés, Rato pagaba inversiones en arte, Sánchez Barcoj se gastó 17.000 euros en un viaje, Sánchez Contreras pasaba estancias millonarias en Chiclana con tratamientos de belleza incluidos, y Morado en Sierra Nevada con clases de esquí. Se han arreglado yates, se ha jugado en casinos, se ha comprado en exclusivas joyerías. Decir que esto es una vergüenza es decir muy poco. Y lo peor es que seguramente ninguno es consiente de su vileza.

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