Opinión

Los milagros de Francisco

Desde que llegó para ejercer su pontificado, el papa Francisco no ha dejado de obrar pequeños milagros que todos juntos han llegado a convertirse en un milagro mayor. A cuenta de llevar a cabo modestos pero constantes ajustes en la tarea a ejercer por la Iglesia, está consiguiendo cambiarle el rostro a una institución que había desertado en general de su principal cometido y se negaba por otra parte a evolucionar en la medida que le estaban exigiendo sus propios fieles. Como los cambios comienzan por uno mismo, el pontífice argentino inició la paulatina transformación por su propio régimen, renunciando a los lujos que le permite disfrutar su cargo. Rechazó los apartamentos papales y los sustituyó por una modesta vivienda en un convento y se empeñó en no llevar más atributos de su dignidad que un crucifijo austero colgado del cuello.

Puesto a hacer milagros, el Papa comenzó por lo más próximo. Convertir la ruina de equipo en el que se había convertido su amado club de los “cuervos” de San Lorenzo en campeón de la Copa Libertadores del pasado año y finalista en el Mundial de Clubes cuya final perdió contra el Real Madrid por 2-0.

A partir de ese milagro primero y para entrar en calor, Francisco ha ido jalonando sus prodigios con discreción y elegancia coronando la semana con uno nuevo. Advertir que los católicos divorciados no pueden ser tratados como reos de excomunión haciendo de la Iglesia un lugar de reunión, comprensión y amparo como seguramente deseaba el Nazareno, en lugar de un abrupto instrumento de exclusión y azote como han deseado a lo largo de muchos siglos sus hipotéticos servidores. Francisco ha querido también distinguir entre los que provocan con violencia y crueldad las separaciones y aquellos que las padecen, y sobre todo ha puesto especial acento en apelar a la protección de los hijos de estos matrimonios que son, para el Papa y para cualquiera, las verdaderas víctimas de la fiesta.

Pronunciar la palabra excomunión estremece. Suena a inquisición, a amenaza, a ferocidad… Suena fatal en resumen y el obispo Bergoglio no ha utilizado nunca un lenguaje iracundo y excluyente. Muy al contrario, sus palabras están teñidas de comprensión y bondad. La próxima temporada, eso sí, San Lorenzo gana el Mundial. Y lo que se va a alegrar Viggo Mortensen.

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