Opinión

El ministro itinerante

La vista está puesta en Grecia que se ha comido, para frustración de Mas, la porción de actualidad que ocupaban hasta ahora los asuntos catalanes. No parece que el nuevo gobierno griego haya conseguido convencer a los alemanes de que les presten el dinero a pesar de que una Europa sin Grecia tampoco parece posible. Desgraciadamente, la arrogancia del itinerante ministro de Finanzas griego no facilita en absoluto el proceso. En esta sociedad nuestra que hace iconos de cualquier cosa y otorga instantes de gloria y efímera popularidad a personajes por poco más que su pura apariencia, el titular de la cartera económica griega, Yanis Varufakis, lleva camino de convertirse en un adorado referente de masas, de incontenible atractivo sexual, mirada profunda, magnetismo sombrío y creador de tendencias.

Lo que pasa es que este caballero que se pasea por el continente poniendo la mano vestido de marca y con perfil de diseño, no puede morder la mano que ha dado de comer a su país ni puede seguir largando con la petulancia y el engreimiento con el que se ha habituado a visitar a los poderosos de la UE a los que el país de cuyo Gobierno forma parte esencial les debe cantidades mareantes de dinero que no puede pagar. Varufakis quiere que le presente más y que no se lo cobren, y para afrontar una misión de esa naturaleza no tiene más remedio que colgar en el perchero su aspecto de castigador nocturno y su discurso cuajado de engreimiento.

España, que es uno de sus principales acreedores de la deuda griega, no es hoy de ninguna manera un país rico, y la durísima crisis que ha asolado nuestro país nos está dejando una profunda huella social y económica de la que comenzamos a salir tras siete años de dolor y miseria. Por tanto ni podemos seguir prestando dinero a los griegos ni podemos renunciar a lo que los griegos nos deben. Mucho menos si Yanis Varufakis se empeña en mostrarse ante aquellos a los que les adeuda verdaderas fortunas mirándoles con desprecio. Seguramente el nuevo ejecutivo recién elegido no tiene la culpa de lo que ha pasado hasta el momento, pero en ningún modo puede prometer a los suyos lo que sabe que no puede cumplir. Y menos exigírselo a los demás.

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