Opinión

A la muerte del fútbol

La muerte de un hincha del Deportivo en una batalla campal escenificada a orilla del río Manzanares no es desgraciadamente un suceso aislado aunque nunca la pasión llevada al límite nos ha ofrecido situaciones tan dramáticas. Sucesos como el del fin de semana pregonan que vivimos en una sociedad enferma y no existen argumentos suficientes para rebatirlo.

En todo caso, y orillando los cientos de interpretaciones que se han ofrecidos en diferentes plataformas sobre este atroz enfrentamiento programado por las fracciones más radicales de ambas hinchadas, una cosa parece que está clara. El fútbol, que se nutre de pasión y con él se alimenta un amplio abanico de amores y fidelidades, se ha infectado con la presencia de grupos de seguidores que han enarbolado como bandera sus ideologías extremas, rudimentarias y marginales para convertir uno de los espectáculos más hermosos y gratificantes en un ámbito de ferocidad insaciable. Los componentes de estas bandas de delincuentes que se amparan en camisetas, insignias y pancartas, son en general individuos jóvenes y corrientemente descerebrados –el fallecido en la refriega del Manzanares tenía sin embargo 43 años y dos hijos ya crecidos lo que le convierte en una rara avis- que no saben de nada ni entienden de nada. Que salen a la calle como quien va a la guerra. Que no tienen sentimientos ni probablemente saben una palabra de fútbol. Para matar o morir no hace falta.

Pero nadie debe llamarse a engaño y nadie debe escurrir el bulto a la hora de asumir responsabilidades. Y los clubes son los que tienen la primera palabra. No cabe decir, como parece abonado a ello el presidente del Atlético de Madrid, que estos comportamientos son ajenos al fútbol porque no es verdad, y de la responsabilidad y sentido común de los dirigentes depende en gran medida la continuidad o no de estas animaladas. El Real Madrid, el Fútbol Club Barcelona, el Valencia y el Español, han echado a sus barras bravas del campo, les han negado todo respaldo y los han diezmado. Sus presidentes han sufrido amenazas incluso de muerte, las han soportado y han vencido. En ninguno de sus estadios hay ya sitio para sus radicales. Si todos hicieran lo mismo, otro gallo nos cantara.

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