Opinión

Mujeres ante la historia

La pobre Isabel, casi una niña, se vio obligada a contraer matrimonio con su primo Francisco.

Según los pocos periódicos a los que les interesan los avatares de la Historia, se cumplieron ayer ciento setenta y cinco años de la boda de la reina Isabel II con su sinuoso primo Francisco de Asís, al que un poeta satírico de la época llamado Manuel del Palacio apodó jocosamente “Paquito Natillas” por el que acabó conociéndolo todo el mundo. “Paquito Natillas –decía aquel sardónico verso- es de pasta flora, y mea en cuclillas como una señora”.

Aquella fue una de las muchas demenciales bodas concertadas que jalonan el devenir de nuestra monarquía y de todas las monarquías de todos los países con monarquías, costumbre inveterada para resolver contenciosos políticos a la que apelaron las dinastías europeas para mantener la corona, consolidar intereses o ampliar y expandir territorios valiéndose de alianzas matrimoniales contra natura en las que se imponía la conveniencia al amor, y en las que los contrayentes eran, con frecuencia, víctimas de una casi insoslayable tragedia.

En este caso, la pobre Isabel, casi una niña, se vio obligada a contraer matrimonio con su primo Francisco, que aportaba al matrimonio una malformación congénita en el pene conocida médicamente como “hipospadias” que le impedía mantener relaciones y le obligaba a orinar sentado, y que era además un melancólico homosexual, soberbio y rencoroso, perdidamente enamorado por otra parte de un apuesto cortesano llamado Antonio Ramos de Meneses al que llenó de oro y convirtió en duque. Ante tal panorama, Isabel se vio obligada a buscarse por su cuenta el necesario sustento sexual, que halló naturalmente fuera del matrimonio, mientras su pareja conspiraba contra ella y la arruinaba con sus caprichos y sus componendas. Del Natillas nadie se acuerda mientras Isabel II ha pasado a la posteridad de forma completamente injusta, como una ninfómana insaciable, estúpida e incompetente.

No vendría mal que esa imparable decisión femenina de defender y empoderar la condición de mujer y su necesaria equiparación con el género masculino, rescatara la figura de la reina Isabel II de la ignominia, y a la que un infausto matrimonio impuesto desgració la vida. A pesar de todo, ella se defendió de múltiples vilezas, impuso muchos de sus criterios, y buscó la felicidad y el amor a despecho de las feroces críticas de la época. Se ha rescatado a muchas mujeres históricas. ¿Por qué no a la reina Isabel II?

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