Opinión

La opinión de la playa

El verano es un periodo incomparable y la playa su mejor aliado. Yo he sido un devoto playero desde niño y lo sigo siendo hoy. Ya no es lo mismo, claro. Cuando era un adolescente, mis padres –quienes por cierto apenas la pisaban- nos soltaban en la playa con un bocadillo y allí nos daban las horas disfrutando de un micro universo sembrado de pequeñas bellezas, rincones fascinantes, naturaleza, sol y agua hasta que la jornada tocaba a clausura y llegaba el tiempo de volver a casa. Las cosas ya no son como cuando asaltábamos a nado y furtivamente las bateas próximas para recolectar mejillones, recogíamos lapas y caramujos que cocíamos al llegar a casa, regateábamos el paso de medusas –hubo temporadas en que las había por docenas y no hacía falta que su presencia se anunciara por altavoces- pisábamos fanecas bravas con su doloroso picotazo,  perseguíamos cangrejos de buen tamaño, o aprendíamos biología marina estudiando estrellas y caballitos de mar de poza en moza al paso de la marea.

Ahora la playa se ha convertido en un centro de reunión con licencia para el pacífico debate, cancha sorprendente en el juego del mus, despacho incomparable para meditación, audición y lectura y, por supuesto, enclave sin igual para socializar en paños menores, actividad francamente saludable que permite arreglar el país con el agua lamiendo las corvas. Ayer eran naturalmente  las múltiples fechorías cometidas por el presidente de la Federación Española de Fútbol el tema que copó una tertulia en la que, sorprendentemente, todo el mundo estaba de acuerdo aunque ninguno de los allí presentes tenía muy por segura la renuncia del personaje. El dinero es un pegamento que todo lo junta y en el fútbol otra cosa no habrá –sentido común, honestidad, prudencia, modestia, generosidad, trabajo o lealtad- no abundan, pero dinero hay a manos llenas y nadie está dispuesto a renunciar a unos sueldos fastuosos cada mes, poder y prebendas ilimitadas por ocupar las poltronas, y menos aún el presidente que los manda y que, según los mentideros, gana un verdadero disparate en blanco y hay que suponer que también en negro. Al paso de las horas parece abrirse paso la opción contraria, pero no porque Rubiales crea que tiene que hacerlo, sino porque el mismo que lo colocó en ese sitio le ha cortado el gañote que es otra cosa.

 Por cierto, de Negreira ya nadie habla.  Qué raro…

Te puede interesar