Opinión

La oscura francachela

Tan pronto montan un escándalo mayúsculo siguiendo a su equipo favorito en sus desplazamientos como son detenidos por la policía por escándalo público

Nunca he residido gran tiempo en una isla pero a todos los que les ha tocado hacerlo dicen que imprime peculiaridades al carácter. El caso paradigmático de esta condición lo interpretan los habitantes del Reino Unido de la Gran Bretaña, muchos de los cuales pierden por completo la noción del tiempo y el espacio y se abonan a comportamientos desbocados nada más poner los pies en el continente. Serios e incluso recatados en sus lugares de origen, los británicos se echan al monte en cuanto se desvinculan de sus zonas de seguridad, y se dan a los más variopintos desmanes con resultados muy desfavorables. Tan pronto montan un escándalo mayúsculo siguiendo a su equipo favorito en sus desplazamientos como son detenidos por la policía por escándalo público, o terminan partiéndose el espinazo cuando, borrachos perdidos, se lanzan a la piscina tras una noche de francachela, desde la barandilla de su terraza. 

Pero el problema más grave quizá no sea este comportamiento salvaje y repetido de sus nacionales cuando abandonan su país y salen al exterior, sino lo que una parte de su clase política ha ido practicando  en plena pandemia y en lugares tan sacrosantos como el 10 de Downing Street residencia del primer ministro con el premier ministro participando activamente en semejantes cuchipandas. Hace tan solo cuarenta y ocho horas, el pintoresco Boris Johnson, que ostenta la máxima magistratura del país, ha pasado raspando una moción de confianza instruida por la oposición laborista después de que  funcionarios de Scotland Yard entregaran un informe desmenuzando las bacanales organizadas los viernes por la tarde en la residencia oficial en las que una buena parte del personal de presidencia bebía, se metía, fornicaba y vomitaba durante semejantes sesiones que se repetían de semana en semana. El tema es de tomo y lomo, y a ojos de un pueblo tan aparentemente aficionado a la jarana como el nuestro, resulta sin embargo imperdonable, seguramente porque esa vocación jaranera que nos distingue mundo adelante no necesita secretos ni clandestinidad. Forma parte de nuestra manera de vivir y no adquiere la torva apariencia de falso pudor y torvo encubrimiento que caracteriza a los británicos. Johnson se ha librado pero esto no ha hecho más que empezar.

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