Opinión

Un país racista y armado

Como era de esperar, el presidente Obama ha preferido suspender su visita a España para retornar a su país donde tiene organizada una auténtica guerra sin cuartel como consecuencia de dos situaciones que a cualquier persona de bien- incluyendo él mismo- le parecen infames. La permanencia a pesar del paso de los siglos, de un sentimiento de racismo que adquiere en ciertas situaciones características salvajes, y la suicida permisividad de su orden jurídico que regula allí la tenencia y adquisición de armas. El malvado y vergonzante Ku Klux Clan sigue vivo en numerosos reductos sociales –mucho más frecuentes y poderosos de lo que nos da a entender la propaganda dirigida que se asoma a los medios, a la pequeña o a la gran pantalla- y los estragos de una sociedad armada hasta los dientes, argumentos que han sido y siguen siendo culpables de crisis tan profundas como la que se está produciendo en las calles de la ciudad tejana de Dallas –siempre aparece Dallas en los episodios más siniestros del imaginario estadounidense- donde cinco policías han fallecido y una veintena han sido heridos por las balas de francotiradores en venganza por el comportamiento de policías blancos que han asesinado a sangre fría a ciudadanos negros inocentes y han sido filmados además cometiendo esos asesinato.

Los Estados Unidos de América es un país inmenso gobernado por un sistema federal que se ha ido fraguando a tiro limpio. Desde los albores del siglo XIX, en que se inicia la andadura de una nueva nación nacida de una guerra patriótica de independencia, la epopeya de expansión a lo largo y ancho de un inmenso territorio se obtiene pegando tiros, corriendo la frontera hacia el Pacífico y luchado a rifle y pistola contra todo aquello que sale al camino y estorba, ya sean animales u hombres.

Por tanto, afrontar la existencia cotidiana armado hasta los dientes está en los genes de sus pobladores, y en esos mismos genes se contiene también la negativa popular mayoritaria a aceptar una normativa que fomente el desarme.

Escalofría convencerse de que el escenario doméstico de este país líder del mundo acepta sin sonrojo la convivencia permanente con las armas y apenas se conmueve, sabiéndose construido sobre un polvorín marcado por el racismo profundo y la ignorancia más palmaria. En Europa cuesta comprenderlo pero allí pocos lo cuestionan.

Y así se paga.

Te puede interesar