Opinión

Las tres patas del velador

Con la primavera y el verano llegan los calores, las urgencias y el zafarrancho hormonal a flor de piel, de modo que estamos todos particularmente sensibles y a la que salta, mirándolo todo con lupa que el domingo hay comicios. Cuando se celebren, ya sabremos cómo ha salido el Reino Unido del lío en el que Cameron ha metido al país, y podremos calibrar también los daños colaterales que la intromisión en el teléfono del ministro del Interior ha podido causarle al PP en las urnas. Son situaciones que a uno le obligan a reflexión con un cierto sentido de la templanza como ocurre con la pretendida peineta de Piqué mientras se interpretaba el himno.

Hombre, la conversación a la que se apela se produjo hace dos años, es agua pasada y está obtenida por métodos claramente ilícitos. Uno se pone a pensar y concluye que si esto se lo han hecho al ministro del Interior, qué no nos harán a los ciudadanos de a pie que debemos estar más retratados que Lady Gaga y más escuchados que un disco de los Beatles. Pero si bien es verdad que el protocolo que rodea estas escuchas produce escalofríos al suponer que el principio de confidencialidad ha volado por los aires con estos nuevos dispositivos, también escalofría tener conciencia de que el ministro del ramo anda por las catacumbas del poder con el farol encendido. Es lo mismo que lo de Piqué. Hay que ponerse muy pejigueras en estas cosas y mirarlo todo al microscopio, pero el dedito aparece disparado sobre el hombro de De Gea en la foto y la peineta existe. ¿Intencionada? Pues no sé pero existir existe. Uno no estira así los músculos de la mano ni siquiera teniendo el dedo tullido, y si Piqué no fuera como es, se podría ahorrar esas actuaciones equívocas que acaban liándola y de las que podía prescindir sobre todo ahora que parecía haberse redimido con la parroquia de la selección y tras pitarle allá donde iba se le aplaudió a rabiar tras desbloquear el feo asunto de la República Checa.

Y como los veladores tienen tres patas, la última la acaba de colocar Ada Colau explicando públicamente que un par de invitados pasados de copas de un coctel reciente, le preguntaron si tenía novio y si se podían enrollar con ella porque estaba muy buena y ponía mucho que además fuera la alcaldesa.

Moraleja: Ser alcaldesa, pesa. Y con Colau te lleva siempre de sorpresa en sorpresa…

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