Opinión

A presunciones e imputados

En este espiral enloquecido en el que estamos embarcados y en el que cada día se destapa una sospecha de corrupción, hemos de comenzar a tener cuidado porque es muy fácil dejarse atrapar por la ira que conduce a la vorágine y acabar malversando un principio básico en el ordenamiento jurídico que es el de la presunción de inocencia. Se trata por tanto de un ejercicio muy peligroso que conduce a escenarios mucho peores. Por ejemplo, los juicios populares, que acaban en sentencia mucho antes de que el juez la dicte en el caso de que la causa que se juzgue en la calle acabe depositada en un verdadero juzgado. En estos momentos convulsos en los que vivimos cada día, la mera imputación parece sinónimo de culpabilidad y basta que alguien este imputado para que se le espere a la salida de su casa o en el acceso al juzgado para insultarle, rodear su coche o atizarle un coscorrón, un espectáculo grosero y grotesco que ya se ha dado.

Alguien debería explicar que la imputación no implica culpabilidad, y que se trata de una figura de cuya efectividad y adecuación me permito dudar pero que se contiene en nuestro ordenamiento jurídico por la cuál, la autoridad judicial requiere de algún hecho una información más amplia y apela a quien se la pueda ofrecer lo más completa posible. Si al magistrado le convencen las explicaciones del requerido, le envía de vuelta a casa y aquí no hubo nada. En caso contrario, se inicia otro procedimiento por el que puede ser encausado y posteriormente juzgado, condenado o absuelto.

La situación por tanto se ha encanallado en virtud de la creciente sospecha popular de que todo aquel que ha manejado caudales públicos ha acabado metiendo la mano, y la presión esta pudiendo más que el sentido común, el respeto y la prudencia. Se trata de un escenario muy desapacible que los propios integrantes de la carrera judicial deberían desentrañar para que luego no nos encontremos con damnificados. Me temo que el presidente Monago está entre los que han sido linchados antes de tiempo y el aumento de esos hábitos tan perjudiciales no le hace ningún favor a nuestra democracia. Haya sentido común que es lo más difícil de aplicar y lo más fácil de perder.

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