Opinión

Lo primero es saber

Una vez pasado el comprensible alboroto que acompaña al conocimiento de una noticia tan trascendente como la abdicación de un monarca, conviene serenarse y aplicar a la situación un balsámico ejercicio de razonamiento y análisis ponderado para que las cosas no se salgan de quicio como es frecuente entre nosotros y como nos suele pasar a los españoles segundos antes de saltar desde la azotea del edificio. Somos un pueblo tan apresurado como apasionado, imprudente e irreflexivo, que se mueve a impulsos y se equivoca con más frecuencia de la debida y con funestas consecuencias.

He leído en muchos periódicos el complicado horizonte que se le avecina al nuevo monarca y la cantidad de duros frentes abiertos con los que el futuro Felipe VI habrá de lidiar y me pregunto cómo puede un monarca parlamentario como es el nuestro encararse con estos complejísimos problemas si la propia Constitución no le deja hacerlo. Saltarán sin duda al camino –ya están saltando y de dos en dos- pero no al del joven soberano sino al de los representantes de la voluntad popular que son a los que les corresponde por ley resolverlos. Al rey no le toca por mucho que algunos sabios se empeñen en que así sea, y ay de él si se inmiscuye. Los desajustes en materia de comprensión sobre el orden jurídico que nos ampara corren parejos por tanto a las lagunas sobre el contenido de nuestra propia trayectoria como nación que caracteriza a algunos de los comentaristas espontáneos que se han liado la manta a la cabeza para ponderar el legado histórico que corresponde a las Repúblicas y la necesidad de comparar sus circunstancias con las actuales.

En el caso de la I República, el grado de desconocimiento contenido en opiniones, cartas, juicios y comentarios alcanza límites sobrecogedores. Todavía los hay que se creen lo del caballo blanco del general Pavía, e incluso aún hay muchos que aún no se han enterado de que el mencionado general no solo no era guardia civil sino que era un fervoroso republicano unitario al que lo que verdaderamente la resultaba inadmisible era que un pacto entre los federales acabara con la presidencia de su admirado Emilio Castelar, amigo y unitario como él y al que consideraba imprescindible para garantizar la pervivencia del sistema.

Hagamos una cosa. Estudiémonos la I República y luego si eso, ya hablamos.

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