Opinión

De lo que no se duda

Salvo que los libros de Historia se equivoquen, la plaza de Ceuta es de soberanía española desde 1580 cuando la monarquía portuguesa fue absorbida por la corona española en tiempos de Felipe IV. Melilla lo es de unos años antes, y pertenece a España desde 1556, aunque a lo largo de quinientos siglos largos, Marruecos ha reclamado con suerte generalmente muy adversa, su pertenencia. Durante siglos y a través de los múltiples conflictos que han jalonado la historia conjunta de ambas naciones, Ceuta y Melilla se han visto involucradas en situaciones sumamente delicadas que han repercutido con carácter profundo en su propia trayectoria histórica. Pero nunca han dejado de pertenecer a España desde entonces, bien bajo la concepción de plazas de soberanía, bien como parte de las provincias de Málaga y Cádiz hasta 1985 –Melilla era malagueña y Ceuta era gaditana- o bien en su actual y pintoresca situación, convertidas, tras no pocas y ardorosas polémicas que desataron enconados debates entre UCD, PSOE y PP, en ciudades autónomas, en las que el presidente de cada una de estas unidades territoriales es también alcalde de cada una de estas dos ciudades, situadas geográficamente al otro lado del estrecho de Gibraltar. Es decir, y como todo el mundo sabe, en plena costa norte de África.

Lo que nunca ha existido en todo este tiempo ni se ha planteado como debate político, es duda alguna sobre la pertenencia de ambos enclaves a la soberanía española, un principio aceptado por las fuerzas políticas sin fisuras ni vacilaciones hasta ahora. Ceuta y Melilla son españolas desde los tiempos de los Austria y no hay más que hablar. Otra cosa es el mejor o peor tratamiento ofrecido por la Administración española a la gestión de ambas plazas y, más que otra cosa, a los vacilantes estados por los que atraviesan permanentemente las relaciones entre España y Marruecos.

Como ha ocurrido con cierta frecuencia en el periodo comprendido por el siglo XX y lo que llevamos del XXI, la Legión se ha encargado de poner orden en una situación aventada por Marruecos con la indignidad e ignominia que caracteriza a sus gobernantes usando a sus súbditos como carne de cañón. Y fiel a sus principios fundadores, ha recompuesto un desorden al que ha contribuido el caótico comportamiento expresado por los ministerios de Exteriores e Interior. No estaría mal que ambos nos explicaran cómo se puede afrontar así de mal una crisis.

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