Opinión

Recuerdo de Polonia

Hace muchos, muchos años para mi desgracia porque me indican los que tengo, estuve en Polonia y junto a algunos buenos amigos de mi profesión hice igual itinerario que el que acaba de cubrir el Papa Francisco en esta visita que coincide con la Jornada Mundial de la Juventud. Eran tiempos oscuros cuando yo estuve allí, recorriendo una senda pródiga en profundo dolor, sombras, lágrimas y miedo que incluía la hermosa ciudad de Cracovia, el santuario de la Viren Negra de Chestokova y la escalofriante visita a los campos de exterminio que los alemanes instalaron en sus alrededores rebautizando las localidades donde se construyeron con los nombres germanos de Austwitch y Birkenau. Polonia constituía cuando yo estuve allí, una isla católica robusta y beligerante en medio de los países del otro lado del Telón de Acero que sometían a aquella nación de tristes destinos a una presión irresistible.

Sus autoridades vigilaban al primado de su iglesia –el valeroso y adorado cardenal Stefan Wycynsky- al que con anterioridad había encarcelado, y obligaban a los católicos a mantener su fe en condiciones de práctica clandestinidad jugándose en cada acto religioso el pescuezo. Algunos años más tarde, Jerzy Popieluszko, un joven y carismático sacerdote que ejercía su apostolado entre los obreros del metal en Varsovia y decía misa en el patio de las fábricas confesando al aire libre a sus feligreses, fue vilmente asesinado por agentes del Gobierno, y aquella infame muerte puso en pie a los trabajadores de los astilleros del norte del país y los puso en pie de guerra. Su sindicato libre, Solidaridad, a cuya cabeza estaba un hombre hosco y de una valentía suicida llamado Lech Walesa, se convirtió en referencia de la rebelión. Cuatro años después, cayó aquel régimen.

Fue la de Polonia una visita que, confieso, me dejó una huella que aún permanece. El Papa recorrió esos escenarios aterradores en absoluto silencio. No me extraña. Polonia es un atierra que atrapa e impresiona porque es un país desventurado y doliente, y sin embargo, orgulloso, digno y fuerte. En el parque Lazienki, en el corazón de la ciudad, hay una gran estatua dedicada al músico universal Federico Chopin, -Szopen en polaco- su héroe nacional. Una mujer me dijo entonces. “Es la sexta que ponemos. Las anteriores nos las han ido destruyendo las sucesivas guerras”. Es su destino. Y su grandeza.

Te puede interesar