Opinión

Redención desperdiciada

La parálisis de Sánchez lo desprestigia más a él que a Garzón

El ridículo discurrir del presidente del Gobierno por un programa de radio confeccionado a su medida por una emisora amiga en un programa conducido por una periodista leal de las que le bailan el agua, podía haber ofrecido una punta de redención entre tanto vasallaje cuando compareció en la insustancial charla la controvertida figura del ministro Garzón y su errático mandato a la cabeza de un ministerio absurdo que se llama Consumo por llamarlo de alguna forma. Sin embargo, el presidente, desmintiendo las virtudes de sinceridad, coraje y sentido común que deberían respaldar las acciones de todo un jefe de Gobierno, desperdició el centro al segundo palo destinado a permitirle mostrar algo de nobleza en el discurso, y se acoderó en tablas como los toros mansurrones que rehúyen mostrar señales de casta.

Sánchez no repitió aquello de “donde esté un chuletón al punto…” sino que prefirió evitar cualquier heroísmo, expresó un par de turbias incoherencias, y eligió tragársela. La periodista que conduce el espacio tampoco insistió sobre el particular y se guardó muy mucho de meter los dedos en la yaga. Garzón sigue siendo ministro, aunque bien mirado más vale un perfecto incompetente que se pasa el día encestando folios estrujados en una papelera a un sujeto al que se le suponga erudito en la materia, comience a tomar medidas extremas para demostrar que entiende, y tire el sector cárnico por una ventana. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.

En todo caso, esta patética parálisis que muestra el presidente Sánchez en aquellas situaciones que ponen en peligro su delicado equilibrio parlamentario no hacen otra cosa que desprestigiarlo por más que Alberto Garzón sea un moscón al que da igual aguantarlo como ministro que si estuviera en su casa. Se trata simplemente –como alguien lo definía ayer- de un tertuliano con sueldo de ministro y coche oficial, que no tienen nada que hacer y se entretiene jugando con las redes sociales y respondiendo a las preguntas de los corresponsales de prensa internacionales. Pero este lamentable vagar por un departamento de la administración cobrando una buena pasta no es a Garzón al que perjudica sino a aquel que lo pone y no lo quita, demostrando estar amordazado por las circunstancias. Sánchez no puede adoptar las medidas que el caso aconseja porque no puede hacerlo. Simplemente es un presidente hipotecado. Y eso, al final, pasa factura. Vaya si la pasa.

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