Opinión

Relaciones personales

Existe según veo, un factor que los comentaristas políticos analizan poco y que tengo yo para mí sin embargo que incide muy hondo en esta provisionalidad infinita y sin solución a medio plazo en la que estamos metidos. Desde que, a la muerte de Fernando VII, se instauró en el país un principio de monarquía parlamentaria que nació obligando a la reina María Cristina a instaurarla con un motín protagonizado por los propios sargentos de su guardia personal en el sitio de La Granja, los jefes de las facciones en las que habitualmente se ha dividido desde entonces el hecho parlamentario –un ala conservadora y otra progresista- han mantenido una relaciones personales respetuosas y sensatas. Es cierto que O’Donnell y Narváez no se tenían mucho cariño pero como militares y caballeros se respetaban, y lo mismo ocurrió con sus sucesores.

Cánovas y Sagasta se tenían aprecio personal y fue el primero quien pidió personalmente al segundo que se hiciera cargo del progresismo español para equilibrar adecuadamente la balanza. Dato y Canalejas se tuvieron afecto y como cruel finta del destino, ambos murieron asesinados. En nuestros días, Suárez y González fueron incluso amigos cercanos, y el desacuerdo entre el socialista y Aznar jamás traspasó los límites del debate político a pesar de las diferencias que a ambos separaban. Zapatero se llevó regular con Aznar pero los dos se toleraron y salvaron educadamente sus distancias. El problema que nos aqueja y que distingue a día de hoy a los dos políticos en la cúpula de ambos partidos mayoritarios es que no se soportan personalmente. No se respetan, no sintonizan y no se tienen el más mínimo aprecio. Por tanto, cualquier intento de acercamiento aunque sea tenue es casi utópico. Rajoy y Sánchez no se puede ver ni en pintura no solo en el campo de la política sino en el plano estrictamente personal. Y eso no hay quien lo arregle.

El tono que Rajoy y Sánchez transmiten es el mismo que transmitirían dos personas que comparten espacio de trabajo pero que, por razones propias e íntimas, ni se hablan. Rajoy desprecia a Sánchez y Sánchez aborrece a Rajoy. Su mutua malquerencia se agudizó en aquel debate en el que el socialista llamó indecente al popular y desde entonces ha ido creciendo y separándolos. Ahora no tiene cura y todos lo pagamos.

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