Opinión

Desde el respeto

Me llama un amigo mío para aconsejarme que por lo que más quiera no vaya a ver ese nuevo Drácula que estrenan en los cines y que es, a su juicio, una incalificable mezcla entre un episodio de “Juego de tronos” y un vídeo clip de Metallica. Buena persona, sensible y avisada, sabe que siento una debilidad especial por el universal personaje creado por Bram Stocker en 1898, razón suficiente para que no desee verme involucrado como espectador en lo que califica como una absurda e insensata mascarada. Estoy seguro de que tiene razón y me cuidaré muy mucho de ir a ver la película. A estas edades hay que evitar los traumas emocionales muy intensos y me temo que contemplar un bodrio tejido en torno a una criatura de la dimensión del conde Drácula puede acarrear nefastas consecuencias. Mi amigo, que es muy gráfico, dice que esta recreación de Drácula es peor que los últimos partidos de Piqué como central. Un argumento es tan demoledor que convence a cualquiera.


Lo único cierto es que Drácula es el personaje que con más asiduidad ha comparecido en la gran pantalla después de que la bellísima Florence Balcombe –viuda de Stoker- ganara su pleito en los tribunales para gestionar los derechos cinematográficos de la novela y consiguiera que el juez dictara sentencia sobre “Nosferatu” a la que condenó a la destrucción por no haberle pagado nada. Y lo más sorprendente es que aún está por filmarse una buena película que rinda fidelidad absoluta a un referente indiscutible de la literatura victoriana sin trazar matices espurios y sin pretender reinterpretar sin el menor respeto la espléndida obra. Es tan buena que no necesita que nadie haga lecturas paralelas ni le añada o le reste nada.


Lo peor de estos disparates cinematográficos que se inspiran en hitos de la literatura y de la historia es el daño inmerecido que le causan a las nuevas generaciones a quienes engañan. Si bien es cierto también que debería producirse una respuesta espontánea que combatiera estos disparates del modo más sencillo, barato y tradicional. Es decir, salir a la calle, entrar en una librería, elegir una buena edición del “Drácula” de Stoker, pagara doce euros y la leyera. Yo garantizo que cautiva y es digna de hacerlo del tirón.

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