Opinión

Santos de dos en dos

Por primera vez, la Iglesia santifica en una misma ceremonia a dos de sus pontífices y lo hace también quebrando otro de sus inamovibles protocolos y escenificando un acto en cuya presidencia se dan cita dos pontífices más, de modo que la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II concita la presencia de dos Papas al mismo tiempo, uno emérito y otro titular que son, a saber, Benedicto XVI y Francisco. Existe en Roma una impresionante basílica, la de San Pablo Extramuros, en la que tanto en derredor de su nave central como del transepto se suceden los retratos de todos los pontífices desde San Pablo -se supone allí enterrado- hasta el último recién elegido. Es una iglesia impresionante pues mide algo más de 130 metros desde el altar mayor a la puerta principal, pero lo verdaderamente inquietante de este gigantesco templo no son solo sus dimensiones sino que no quedan en esta singular galería más que dos huecos a partir del que corresponde al icono representativo del Papa Francisco. En definitiva, al pastor argentino le sucederán dos más. Lo que ocurra a partir de ese momento aún está por decidirse.

Juan XXIII y Juan Pablo II fueron dos Papas de talante francamente opuesto a los que la Iglesia católica, que no da puntada sin hilo, ha decidido canonizar al mismo tiempo a pesar de la creciente polémica que esta decisión ha generado y que no se reduce únicamente a instancias ajenas al colectivo católico sino que se promueve también desde el interior de la institución. Y no es para menos, porque mientras alguien de tan amplia significación en la modernización de la Iglesia como el Papa Roncalli ha tenido que esperar medio siglo para ser santo, al Papa Wojtila que se caracterizó precisamente por imponer un espíritu férreamente conservador durante su pontificado le ha costado ocho años y poco ascender seguir el mismo camino.

Seguramente el hacer coincidir la canonización de ambos en una sola ceremonia no es fruto del azar y es muy probable que el espíritu conciliador del actual ocupante de la silla de San Pedro no sea ajeno a este acto atípico. El pontífice argentino –un jesuita empeñado en introducir hábitos más racionales en el Vaticano- quiere hacer de este ceremonial una clave más de su papado que lime pasadas distancias y sugiera armonía. Bien mirado, es una maniobra inteligente. Él también lo es, sin duda.

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