Opinión

La tortilla y la leyenda

Una encuesta  recientemente publicada en un diario nacional, señala la tortilla de patata como el referente universal de nuestra cultura gastronómica y el producto culinario que nos distingue y nos da a conocer mejor que ninguna otra cosa por el mundo adelante. Más que la paella, más que la fabada o más que el tinto de verano, todos ellos productos sumamente representativos de ese acerbo cultural y todos ellos de contrastada suculencia.

A mí no me cabe duda de que la elección es razonable y justa en virtud de un amplio abanico de argumentos. La honesta tortilla de patatas con cebolla o sin cebolla –yo la prefiero sin ella aunque nunca he llegado a las manos defendiendo esta opción- es un guiso que rompe las barreras regionales porque se toma igual de bueno en Galicia, en la meseta, en La Rioja, en Cataluña, en las Vascongadas  o en cualquier otro lugar de la piel de toro. Además,  aún puede elaborarse sin que a uno le tiemble la espina dorsal por el precio de los productos que emplea. E incluso aprovecha las excelencias y rinde merecido homenaje a un tubérculo recibido por los españoles de manos de los incas y traído a nuestro lado del Atlántico por los expedicionarios de las Indias aunque fueran los franceses los que lo hicieron alimento humano gracias a monsieur Parmentiere, que lo convirtió en elemento gastronómico de primer nivel cuando las patatas que freía se le inflaron por un descuido y acabaron en delicatesen. 

Como yo soy de natural poético y me gustan las cosas bonitas aunque sean solo medias verdades, me quedo con el cuento de la buena mujer que recibió durante la primera guerra carlista en su caserío al general Zumalacárregui y su estado mayor, y no teniendo otra cosa que darle de comer, cortó patatas de su huerto, las frió con aceite de alcuza propio, las mezcló con los huevos batidos de sus gallinas de corral, y cuajó la mezcla en una gran sartén de hierro al fuego de su chimenea, logrando que el feroz caudillo apostólico se relamiera de gusto y adoptara la patata –que entonces servía para hacer harina y alimentar a los puercos- como base del condumio de su tropa. Zumalacárregui recibió pocas fechas después y mientras dirigía el sitio de Bilbao, un tiro en la pierna que le disparó un fusilero gallego del bando liberal y murió de la herida, pero popularizó la tortilla. Bendito sea por ello.

Te puede interesar