Opinión

Tras el visillo

Las apetencias que los espectadores muestran por las series televisivas no es una cuestión que pueda sorprender. Al fin y al cabo, esas series que comienzan a sustituir a los largometrajes convencionales restando público a las salas cinematográficas, son herederas de los viejos seriales radiofónicos, aquellos que tenían suspendidos en el aire a nuestros padres y abuelos y que, a su vez,  eran los continuadores lógicos de los antiguos folletones por capítulos que caracterizaban a los periódicos decimonónicos. Muchos de aquellos novelones publicados por capítulos en las ediciones dominicales se convirtieron en obras claves de la literatura de entretenimiento, obras de acción incontenible o dramas de una intensidad inusitada que arrancaban gruesos lagrimones. Ahí están Pérez Lugín, Galdós, Conan Doyle, Dumas o Balzac para refrendarlo.

Lo que ya no tiene una explicación racional es ese género televisivo de notable implantación en estos últimos años que consiste colocar una cámara como testigo de la actividad cotidiana de un famoso al que se filma incluso en sus situaciones más íntimas. Acabo de saber que el último en prestar su existencia para este tipo de programas es Miguel Bosé como antes lo han sido Mario Vaquerizo y Alaska, Sergio Ramos o las Campos. Como telespectador con tiempo bastante para dedicarle un buen puñado de horas a la pequeña pantalla, soy un habitual consumidor de serie televisivas y uno francamente entusiasta especialmente de producciones españolas algunas de las cuales tienen un nivel extraordinario, pero esta especie televisiva que consiste en  narrar en directo la vida de una saga hasta su último detalle no me contará entre sus entusiastas. Ni siquiera me parece honrado ejercerlo. En todo caso, la controversia moral que plantea la invasión a la bayoneta de un espacio privado en este caso no tiene razón de ser. Los famosos cobran por colocarse en el escaparate y satisfacer, a base de buenos dividendos, las ansias eternas de cotilleo que caracterizan al pueblo hispano. Mirar tras el visillo es una de nuestras vocaciones más queridas y practicadas y aquí a uno se lo dan hecho. No hace falta otra cosa que sentarse cómodamente en el sillón de casa y sentirse transportado al de Terelu y sus infantas. El recibo de la tele ya vendrá y cuando venga juraremos darnos de baja. Pero no lo haremos aunque nosotros perdamos y ellas ganan.

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