Opinión

Los zapatos de la directora

A Casteleiro le ha tocado hacerse cargo del CNI tras el injusto y lamentable cese de Paz Esteban

La Historia de este país está cuajada de personajes injustamente cesados de sus cargos y por tanto, de otros tantos personajes obligados a sustituir en aras de la fidelidad y el compromiso de servicio, a los cesados. Así y a salto de mata me viene a mí al pensamiento el día que cesaron de su cátedra a Emilio Castelar por escribir un artículo titulado “El Rasgo”, lo que produjo una auténtica conmoción en la Universidad. Montalbán, el rector, dimitió por solidaridad con el cesado y los estudiantes no admitieron a Diego Bahamonde como sucesor y montaron una noche de algaradas y correrías –la llamada noche de San Daniel- que acabó con cargas a la bayoneta y muchos tiros. La tragedia se saldó con once muertos y cientos de heridos, la mayor parte transeúntes que nada tenían que ver con la protesta. Al enterarse, el ministro Alcalá Galiano falleció de un ataque al corazón, y el rector recién nombrado acabó renunciando y marchándose a casa desolado.

Esperanza Casteleiro Llamazares es una veterana funcionaria de inequívocos ancestros gallegos según rezan sus apellidos, a la que le ha tocado hacerse cargo del CNI tras el cese injusto y lamentable de su anterior titular Paz Esteban, así que su reconocida fidelidad a la ministra Robles y su compromiso con el servicio la acaban de poner en el trance al límite de asumir el reto a sabiendas de que va a tener que aceptar la designación como un sacrificio y sin conocer cuál será su futuro y cómo se va a desarrollar el periodo posterior a este sainete de espías y espiados conocido en clave de chacota como el “Pegasusgate” que ha medido la tasa de condición moral del presidente del Gobierno. La ministra de Defensa parecía otra cosa –una mujer fuerte, sensata, fiel a unos principios y con criterio- hasta que ha llegado está destitución ignominiosa y los administrados hemos sabido que tampoco anda muy fuerte de conciencia. Sus explicaciones públicas dan vergüenza –especialmente la interpretación perversa de la diferencia entre “destitución” y “sustitución”- y el modo en que ha tratado de salvar su cabeza deja un regusto en boca tan picante como un bocata de guindillas y ajos tiernos. 

Esperanza Casteleiro, (Madrid, 1956) está por edad al borde de la jubilación, y algo me dice que se la van a amargar sus jefes a los que debe lealtad. Yo no quisiera estar en sus zapatos, pero ya digo que hay gente para todo. Incluso para esto.

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