Opinión

Problemas del primer mundo

Primero fueron los pantalones rotos. Una moda un tanto inexplicable. ¿Quién fue el primero en sacar esa maravilla en las pasarelas? Un misterio si tenemos en cuenta lo bien que fue recibida por quienes tenían posibles para llevarlos. Los que no los tenían los lucían sin soltar un céntimo. Ventajas de tener los bolsillos vacíos. Poco después, esa moda ya alcanzaba a todo el personal, e incluso había quienes los rompían a voluntad. Muchas gentes hacían con ellos autenticas virguerías en los deshilachamientos. Toda una creación que superaba a los propios diseñadores. Un tema para ser estudiado en profundidad. 

Parece que durante los últimos años lo desastrado se ha ido imponiendo inexorablemente y está muy bien para quien lo quiera y disfrute con ello. Hay que buscar la felicidad allí en aquello en lo que se crea que está. Los tiempos cambian, pero a la par, presentan una visión del pasado cercano, en el que la gente sin posibilidades económicas recosía su ropa hasta que de la original sólo quedaba el recuerdo. La diferencia está, en que en esas situaciones se procuraba con gran afán que las puntadas que cerraban los sietes no se notaran mucho. Lo que se llama pobreza digna. Bien, ahora llega otra moda no menos original que trata de llevar el calzado sucio, fundamentalmente los tenis. La moda de lo sucio. Curioso, muy curioso. 

También las personas de edad, esas que caminaban en zapatillas, recuerdan como las blanqueaban con un producto parecido al yeso y con un pincel o simplemente un trapo mojado en el mejunje, hasta que quedaban como recién compradas. Luego el efecto falso pasaba y retomaban su color marrano y gastado. Son cosas de los usos y costumbres de cada época que a veces chocan entre sí. Pero bueno, que la cuestión de lo sucio abarca algo más que a los tenis o los pantalones rotos. El arte también se ha vuelto un tanto “cacanene”. Para decoraciones de espacios públicos se cotizan mucho los cuadros con manchones que se mezclan con papeles arrugados, trapos, arpilleras, chapas de embases y demás materiales que inspiran lo oscuro de la miseria. Una que no entiende de arte prefiere la luz de la esperanza, sobre todo al contemplar en algunas salas de espera a las que se va a remediar dolores, y hay que sentarse ante un lienzo en el que las caras retorcidas son rojo sangre, con fondos un tanto aterradores.
 

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