Opinión

A semejanza humana

Muchas veces nos preguntamos ¿cómo es posible que los niños pequeñitos aprendan el idioma tan pronto, y tan perfectamente? Primero y por muy poco tiempo, a base de sonidos, casi onomatopeyas, que le ayudan a reconocer el vocablo, los acentos, después la reproducción de las palabras con “su media lengua”, y enseguida con el dominio completo de las mismas. Rápidamente asumen y asimilan cada cosa, igual que una esponja embebe el agua. Luego viene la enseñanza de las diversas disciplinas de la vida que perfeccionaran sus conocimientos hasta dirigir con ellos su propia existencia.

Los genes heredados ya les dotan con la biblioteca universal más grande y completa del mundo para cada uno de los nacidos. Son los mecanismos ocultos que con ayuda de otros activos presentes, para bien o para mal, revelan y dirigen el comportamiento humano. Esta premisa me trae a la memoria la magnífica película de ciencia ficción, “Odisea Espacial 2001”, dirigida por Stanley Kubrick, en la que es protagonista por derecho propio HAL 9000, una maquina realizada a semejanza de un cerebro humano, capaz de gobernar la nave espacial. Ya, mucho antes, el cine se ha ocupado de estos asuntos científicos, pero incidiendo especialmente en las partes morales y éticas que comportan. Ejemplos de esta inquietud son las películas “Blade Runner” de Ridley Scott, e “Inteligencia Artificial” de Steven Spielberg, entre otras muchas que podrían citarse. Todo esto viene a colación de los últimos trabajos sobre el particular, que llevan a cabo equipos de Estados Unidos y Canadá, los cuales han desarrollado un lagoritmo cuyo cálculo aplicado a una máquina, permite que ésta aprenda como un ser humano, incluso con la lógica pretensión de llegar más lejos.

Lo que se persigue es que, al margen de hacernos la vida más fácil, el robot adquiera las potencias de la persona y con ello ¿llegue a sentir afecto? Y aquí reside el problema para la conciencia humana. ¿Quién no se conmovió y lloró, asistiendo al final dramático del androide Roy Batty, en “Blade Runner”, o se sintió culpable con la situación de la inmensa tristeza de David, el niño ficticio de “Inteligencia Artificial”? Todo sería muy complejo. El dilema, llegado el caso, no estaría solo en el corazón humano, sino en la desolación del “corazón” de ese ser creado a semejanza del hombre, para nuestro antojo.
 

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