Jesús Prieto Guijo
LA OPINIÓN
Parricidio en El Palmar
Alzarse allá por el Norte, que por más frío se tiene, es como traspasar el Miño, tan trascendente empresa como la del paso del Rubicón por Julio César, hasta esa frontera que marca el río Barbantiño. El norte siempre es bravío para emprenderla aunque sea de asistido pedaleo, sobre todo porque debes salvar esos tempraneros desniveles que te llevan por el camino de Santiago y alrededores, una dificultad agigantada si pedaleas en la hoy llamada bici muscular.
Si subes por el tradicional camino que te hace pasar por Cudeiro o el otro que te lleva por a Costiña o costaza de Canedo para converger ambos en Os Chaos de Amoeiro, hallarás grandes pendientes. Ya pasado Cudeiro, enormes sillares de granito pavimentan un camino que antes de llegar a Costa, que sí lo es y brava, debes hollar también un camino de grandes coios; una cercana capilla, se anuncia por allí, en A Costa, que topónimo mejor aplicado no hubiere, que llegó a tener como a modo de posada, pinchos, refrescos y aguas para el peregrino
Este vial te sitúa más allá de los 450 metros de altitud cuando arribas a Sartédigos, donde como alivio de cuestas, cuando pasado algún bosquete de carballos que hace años ni sombra daba. El camino aquí al que drenajes libraron de inundaciones, pero en la subidilla la erosión hace aflorar el roquedo que para el tránsito pedestre, llevadero; para el ciclista, con precauciones. En Madrosende, agrupación de casas de recreo, en un altonazo, donde los Vázquez Monjardín segunda morada tuvieron, y que da entrada a la penillanura para alivio de andarines, que afrontan entre sombras, de agradecer cuando el sol aprieta, porque ya en la suave bajada a Tamallancos donde Toñito de Bóveda popular chapistería tuvo, hoy centro o residencia de Mayores, hallarás una cuantas carballeiras formando túneles y un firme de tierra, pasados unos cuantos de asfalto de un Camino más o menos cuidado que, por cierto, por la suave tarde de tan escasa concurrencia de peregrinos que solo vi a una joven, que extranjera parecía, de asiento en Tamallancos, allá donde los Mosquera, de médica tradición, arraigo tuvieron, consultando, supongo, el google maps. Al paso por Bouzas, acaso por lo grisáceo del día, a los consortes Montse y Pepe Liceras, ella enfermera que fue y él ginecólogo, no se les ve, y menos a él que no dejaba carretera sin pedalear en su bici de carrera.
La siguiente estación me llevó a Sobreira, donde siempre ando atento por si veo a mi excolega Fernando Montenegro, que se ha pasado también a la e-bike, según me dice su amigo Julio Mosquera, con los que alguna montañera nos llevó por ahí. Más adelante la prima Belem, morada rural estacional tiene, pero a la que tampoco veo, porque tampoco juzga uno presentarse de inesperada forma. Y en esta orfandad de amigo y parentela llego hasta Ponte Sobreira, medieval, notable, donde los benedictinos de Oseira granja tuvieron, y donde, metros antes, se ven hectáreas de olivar y viejo pazo sin restaurar, propiedad de un amigo que fortuna hizo allende estas tierras. Mi intención era continuar, pero solo accedí hasta Faramontaos, que perdida su o de foramontanos, que era así como se decían a los repobladores cántabros de la Meseta que fueron fundando pueblos a medida que se ganaba territorio al califato de Al Andalus. Desde acá, a Vilaseco donde Lalao Reverter tuvo pazo y térreo circuito de cross con una Escudería que él promovió elevando este deporte. Vilaseco, como todas las aldeas, fue perdiendo población, al que en este caso, al nombre haría honra; más abajo, Mandrás, que tiene otro núcleo con el nombre de Ponte Mandrás, de origen medieval, como el de Sobreira y el de San Fiz, los tres en este curso del río Barbantiño, juntamente con otros poldrados, molinos, presas, con una que alteró el curso del río a pesar de los denodados esfuerzos de una plataforma creada ex profeso en la que sobresalían el Dr., Guitián, por vecino también, y el dinamizador de la asociación Os Chaos de Amoeiro, Chema. A pesar de sus esfuerzos y del grupo que los animaba, ese embalse se construyó, y esa belleza que es la Fervenza, la de los molinos en cascada, se resintió por un domeñado caudal.
Dejado el curso del Barbantiño, aún cundió el día para el pasaje por a Martinga, ese pazo que fue de la familia de la arquitecta Alba Fernández, la que ilustra los escritos de J. Noguerol. Aun tiempo sobró para pasar de refilón por ese otro pazo de Cornoces, retomar el camino de Santiago por Rouzós, ir a ese otro pazo en Bóveda, Coto de Martín, que intacto permanece, donde moraba su último residente en, Elías Rivas, con su grata consorte Mary; ahora la propiedad, creo, que en manos de una sobrina de ella, obviando a los herederos del linaje que en Ourense residen.
Un desvío a San Damián, casona que no pazo, a pesar de su capilla y aspecto, obra de un poderoso arcipreste, propiedad heredada que fue de los Pereiro Suances, de habitación hotelera cuando pasó en arrendamiento a manos de Oca, para casorios, bautizos, primeras comuniones… No me allegué a Fontefría porque no hallaría a ese lejano pariente, Álvaro Garrido, para echar una parrafada, porque aún no le supuse aliviándose de los calores ourensanos en aquellas alturas; me desvié a Abruciños, donde el desaparecido Paco Villarino cuidado chalecillo tuvo.
En la tarde gris aún reclamaba el cuco con su canto, pareja, tal vez; las rolas, rulas o palomas torcaces, migratorias, invaden y se dejan ver más que otros colúmbidos: el pombo o la paloma turca.
Fueron 54 kilómetros de tan variado pedalear entre el más térreo firme que asfaltado, donde en Abelaira no pude saludar al animoso Peitos, el afamado rallyman, antes de emprender la gozosa bajada, que no subida, de Castro de Beiro, obviando la Cuestaza de Canedo donde iba a gastar demasiado freno.
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