Opinión

La Cúpula

Desde que se ha hecho público el coste de la tristemente famosa cúpula que realizó el pintor Miquel Barceló, por encargo del Gobierno español, para decorar la sala XX de la sede de la ONU en Ginebra, no han parado de arreciar las críticas para este proyecto descabellado, sino en lo artístico, si en la cantidad desembolsada: veinte millones de euros en total. Además ejecutado en un momento de grande gran conflictividad económica, no solo para España -país donante- sino también, salvando las distancias, para los países tercermundistas a los que pudo haber sido destinado gran parte de esos veinte millones de euros en caso de no haberse invertido en tan inoportuno capricho artístico. Las declaraciones y discursos de algunos políticos, que incapaces de entonar un mea culpa tiran por el camino de en medio, llegan a herir la sensibilidad de las personas que se precian de tener un cierto grado de comprensión hacia los temas de ayuda humanitaria.


En lo que concierne a la cúpula como legado artístico para generaciones venideras, existen opiniones muy dispares y disparatadas. Desde los que ven una ‘paella galáctica’, hasta los que ven ‘la caverna platónica’, pasando por la opinión del Rey que hace referencia a la manida ‘fuerza expresiva’, o por el delirio de Moratinos que no duda en compararla con la Capilla Sixtina. ¡Que irre verencia artística! Personalmente, considero que la valoración de una obra de arte suele ser muy subjetiva y tan subjetiva que, en este caso, donde algunos ven estalactitas, yo aprecio, unas veces, una interpretación libre y contemporánea de los mocárabes islámicos realizados con la aplicación de nuevos materiales y nuevas tecnologías y, otras veces, un remedo lejano de las cúpulas islámicas de mozárabes.


He de confesar que este asunto de la cúpula, al margen de lo sorprendida que me he quedado por tanta irresponsabilidad política, me ha dejado también ‘descolocada’ debido a que, desde que saltó la noticia a la prensa, me estoy preguntando: ¿’Ahora como se lo explico’?. Me refiero a mis alumnos.


Durante años, en la primera clase de comienzo de curso, siempre les pregunto qué es para ellos la Historia y por qué creen que tienen que estudiar esta asignatura. Al margen de las ‘gracietas’ que caben en un distendido primer día de curso, he procurado que les quedase claro que, además del consabido quiénes somos y de dónde venimos, la Historia tiene una finalidad primordial que es la de aprender de ella, tanto de los aciertos que nos marcan el camino de la superación, como de sus errores para no volver caer en ellos, cosa harto difícil esta última. Como ejemplo de los primeros y en consonancia con lo hoy expuesto aquí se pueden tomar las grandes obras de ingeniería, de arquitectura que jalonan la Historia y que, en suma, arte son la mayoría. Al principio son fruto de la esclavitud, del abuso, de la prestación obligatoria. Con el paso del tiempo, estos métodos se van sustituyendo por otros sistemas de trabajo más justos y racionales: el hombre ha ido aprendiendo y avanzando. Las grandes obras se siguen construyendo. La explicación parece coherente. A partir de ahora cómo les explico que en el siglo XXI, en nuestro país, España, novena potencia mundial, con un gobierno socialista que se autodenomina progresista, se costea, en plena crisis y recesión económica y con el número de parados más elevado de Europa, una cúpula por la que se han pagado veinte millones de euros y, lo que es más grave, extrayendo una parte de esta cantidad del Fondo de Ayuda al Desarrollo (FAD). ¿Cómo se lo explico? ¿otra vez a costa de los más necesitados?

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