Opinión

Arresto domiciliario

Es lo que peor soportan los confinados porque a los pocos días están asintomáticos y las horas se hacen eternas

En tiempos convulsos de desasosiego, la pandemia de covid-19 continúa generando el ruido de fondo de las noticias cotidianas. Persistente, a pesar de las alarmas desatadas por las catastróficas inundaciones en Alemania y Bélgica. Incesante, a pesar de las Olimpiadas. Perseverante, a pesar de los movimientos ciudadanos que han rebelado contra la privación democrática en Cuba, donde la represión gubernamental ha privado de libertad a centenares de ciudadanos.

A la par, décadas de bloqueo y dictadura han desatado un drama social y sanitario, enconado más si cabe por esta cruel pandemia. Los arrestos domiciliarios se multiplican y la ciudadanía se subleva contra la tiranía y sus penurias. Alejados de semejantes circunstancias, sin parangón posible, en nuestros pagos lidiamos cada día con otro tipo de arrestos domiciliarios.

En pleno pico de incidencia de la quinta ola, el personal sanitario atiende desde las consultas de atención primaria las quejas de los pacientes que se encuentran confinados en sus domicilios, bien por encontrarse infectados, o en cuarentena por sus contactos de riesgo con el coronavirus SARS-CoV-2. Considerando el sesgo de nuestra percepción particular, la mayoría de los infectados están pasando la enfermedad de manera leve, con los síntomas controlados con el tratamiento analgésico habitual y sin necesidad de hospitalización.

Afortunadamente. El efecto protector de las vacunas es demostrable, especialmente en aquellos pacientes con la pauta de inmunización completa. Por otra parte, el buen estado de salud de la mayoría de los pacientes, con edades comprendidas entre los 15 y los 35 años, probablemente esté contribuyendo también a la levedad patológica. 

A pesar de todo, los datos son testarudos: al primer embate de la infección le sigue ahora el incremento de la ocupación de camas en hospitales y en unidades de cuidados intensivos, con enfermos cada vez más jóvenes. Si algo ha demostrado sobradamente este dichoso coronavirus es su agresividad contra los más frágiles, sea cual fuera su edad.

En otro aspecto, este arresto domiciliario es lo que peor soportan los confinados. Los enfermos, porque a los pocos días suelen estar ya asintomáticos. Los contactos, porque las horas se les hacen eternas entre las pruebas diagnósticas que confirmen su negatividad y la interrupción del confinamiento. El tiempo estival tampoco acompaña mucho, menos aún las tórridas jornadas estivales que nos han venido acompañando. 

El personal sanitario, agotado por el embate de las sucesivas oleadas de la pandemia, continúa alzando sus fatigadas voces reclamando una vez más responsabilidad individual. Y es que a pesar de la vacunación masiva, sigue reinando la incertidumbre: ¿mejorará la situación definitivamente o nos sorprenderán nuevos sobresaltos?

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