Opinión

¿Facultades o academias?

Un colega y compañero de facultad me ha hecho llegar una entrevista muy interesante al Dr. Sergio Calleja Puerta, jefe de sección de Patología Cerebrovascular del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). El entrevistador lo define como neurólogo humanista convencido de que la meditación filosófica y la reflexión ética son partes consustanciales de la profesión médica. Comparto con el Dr. Calleja que los vertiginosos avances tecnológicos han colocado a la ciencia en el altar donde antaño deslumbraba la religión. Y la conclusión de su libro “La última guerra del rey de Israel. Incertidumbre y probabilidad en medicina” resulta demoledora: la medicina es mucho más impotente y limitada de lo que nos gustaría pensar. Los médicos nos enfrentamos a los misterios de la vida, la enfermedad y la muerte con herramientas todavía demasiado toscas y precarias. Una deducción sorprendente cuando nos estamos enfrentando, según algunos especialistas, al crecimiento incontrolado de la inteligencia artificial (IA) y sus peligros para la humanidad. El Dr. Calleja aboga por la necesidad de divulgar el conocimiento científico para hacerlo más accesible a toda la población. Pero, en la era de la desinformación y de las paparruchas (las fake news anglosajonas), ¿qué fuentes son las más puras y cristalinas para calmar nuestra sed constante de conocimiento? Traemos a colación estas reflexiones después de leer un capítulo de “Las 50 leyes del poder en El Padrino” (2023) del escritor y sociólogo chileno Alberto Mayol. Más concretamente el dedicado a la Ley nº 5: si hay que elegir entre la eficacia y la eficiencia de una decisión, elige la eficacia. Confieso que mi devoción por la trilogía de “El Padrino”, de Francis Ford Coppola suscitó mi interés por esta obra de Alberto Mayor. Resulta fascinante como el libro homónimo de Mario Puzo, escrito a finales de los 60 bajo la apremiante necesidad de saldar las deudas de juego contraídas por su autor, y el posterior guión cinematográfico firmado al alimón con Coppola, han servido para desarrollar sesudas teorías sociológicas y manuales de estilo para la gestión política y empresarial contemporánea. Retomando la idea sobre la eficiencia y la eficacia, quizás encontremos la justificación para otra realidad incontestable: algunas facultades de Medicina de nuestro país se han ido convirtiendo progresivamente en una especie de academias, más interesadas en ocupar los primeros puestos del ranking en licenciados que acceden a la formación como médicos internos residentes (MIR) que a la formación integral de aquellos futuros profesionales. En nuestros muy lejanos tiempos universitarios se pretendía, con mayor o menor acierto, formarnos como médicos, un aprendizaje que muchos completamos posteriormente a base de la experiencia profesional y el interés particular. Tal vez nos planteábamos la preparación para el MIR después de recoger la última papeleta aprobada en la facultad. Como médicos reconocemos que determinados dolores y enfermedades continúan siendo un misterio. Y no por ello, nuestra profesionalidad se ve mermada, pues nos sentamos en la consulta diaria con más herramientas que la ciencia. Si todo el éxito lo ciframos en ella, menospreciando nuestra humanidad, probablemente el fracaso terapéutico estará asegurado.

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