Opinión

Infancias fatídicas

Obra cumbre de nuestro universal Blanco Amor y, junto con Los miedos (1961), muestra de su escasa producción en castellano, la novela La Catedral y el niño (1948, en España, 1976) narra, con tintes autobiográficos, una infancia ourensana. Ambientada en el primer cuarto del siglo pasado, decora un espléndido friso del Ourense de la época, lastrado por la emigración como vía de escape -igual que le sucedió al propio autor- ante la fatídica fortuna.

Entendida bien como primer período vital, bien como el conjunto de personas en esa edad, la palabra “infancia” deriva del nombre “infante” que, en origen, es “quien aún no se expresa bien”; dado que este sustantivo se forma añadiendo el sufijo negativo “in-” al participio presente del verbo latino “fari” -nada que ver con el fallecido cantante-. De ahí que comparta etimología con otras palabras derivadas del mismo como, por ejemplo, “fatídica”. 

A veces, la vida reúne palabras que distan entre sí por semántica, aunque sean próximas etimológicamente, como sucede con “infancia” y “fatídica”, y que nunca deberían ir juntas. Hace un año, recordaba este periódico las 70 llamadas registradas en la ciudad en 2020 por el “teléfono de ayuda a la infancia”, servicio de llamada gratuita que la Consellería de Política Social pone a disposición de menores que se sientan maltratados.

Pendientes de la nueva estadística anual, casi inquieta más que conforta pensar que vivimos en un lugar donde se requiere este tipo de dispositivos, lo que centra el debate sobre los mecanismos de protección a la infancia en el decisivo papel que deben jugar los poderes públicos para garantizar su amparo que, dada la intensidad de las actuaciones por desarrollar a escala municipal, deben articularse a través de un plan estratégico específico.

Consolidar un sistema de detección precoz e intervención urgente en casos de desprotección de menores y garantizar la cobertura de sus necesidades esenciales son responsabilidades que todo gobierno local debe asumir y afrontar, conjugando los cuatro enfoques básicos requeridos, por ejemplo, para obtener el distintivo “Ciudad Amiga de la Infancia”, que concede la Unicef como muestra de la calidad de las actuaciones realizadas en este ámbito.

Resulta entonces esencial combinar un diseño de políticas eficaces para mejorar el bienestar de la infancia (enfoque Agenda 2030) basadas en la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño (enfoque de derechos y equidad), fomentando la participación infantil y adolescente (enfoque de participación) e impulsando alianzas entre todos los actores relacionados con la niñez a nivel local o municipal (enfoque de alianzas). 

En una entrevista concedida a este mismo periódico poco antes de morir, en abril de 1979, Blanco Amor definió su niñez en Auria como “los años fundamentales del ser”. Quienes hemos pasado de la infancia a la madurez en Ourense podemos juzgar si, con el transcurso del tiempo, este lugar ha evolucionado en positivo para la niñez, aspirando a convertirse en el entorno amable que sus menores necesitan.

Han pasado varias décadas desde esa pintura ourensana que trazara nuestro ilustre novelista, a quien tanto gustaba citar una frase de Rilke: “la patria del ser humano es su infancia”. Cierto es que las suyas fueron bien distintas de las nuestras y entre sí. Pero ambos concordarían -y con ellos, tal vez la mayoría- en que una ciudad que apuesta por cuidar a sus menores está ahorrándose un futuro fatídico.

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