Opinión

Lo que haga falta

Junto al memorial de la princesa Diana, en una de las calles que desembocan en Piccadilly, se alza Lancaster House, una de esas mansiones decimonónicas del West End londinense que acostumbramos a ver en películas y series británicas de época (Bridgerton, un suponer). Destinada inicialmente a residencia del segundo hijo del rey Jorge III, fue adquirida por el marqués de Stafford (después, duque de Sutherland), cuya familia la habitó por décadas, hasta que acabó en manos de sir William Lever, el fabricante de jabones Lancaster, de ahí su nombre. 

Actualmente, en el techo de una de las salas de este hermoso edificio, la Long Gallery, se aloja una pintura de Guercino que muestra a San Crisógono aupado al cielo por seis ángeles; cuadro que antaño colgaba en la Iglesia del mismo Santo en Roma, hasta que fue trasladado a Inglaterra, en 1622. En tan suntuoso escenario, el 26 de julio de 2012, Mario Draghi, a la sazón presidente del Banco Central Europeo -hoy primer ministro de Italia-, pronunció la frase a la vez más corta y contundente de la economía europea en lo que va de siglo: su célebre “whatever it takes”.

Resumiendo, Draghi se enfrentaba a la terrible crisis de deuda soberana posada sobre la Unión desde hacía ya tres años y que amenazaba con tumbar el euro. Así, en una ponencia sobre “cómo gestionar los retos globales”, comparando la moneda única con un abejorro, sentenció con esas tres palabras el futuro de la divisa, afirmando que, en el ámbito del mandato del BCE, estaba dispuesto a todo lo que hiciera falta para preservarlo. Casi de inmediato, subió el euro y el precio de acciones y bonos se disparó. Inopinadamente, Crisógono significa “el hacedor de riquezas”.

El expresidente del BCE utilizó con gran inteligencia y habilidad comunicativa la excelente reputación que le precedía, labrada a base de veteranía y duro trabajo, para lanzar en cinco segundos el mensaje que salvó al euro. Lamentablemente, en el panorama actual, más bien proliferan pareceres del más variopinto pelaje basados en estrategias que casi siempre pasan por la promesa de soluciones fáciles a cuestiones que revisten gran complejidad. En verdad, sobran opiniones, pero falta reflexión. 

En períodos de crisis, la ciudadanía anhela con ansia liderazgos tan vigorosos como inmaculados, cuya forja no es tarea sencilla. Personalidad aparte, afrontar los problemas del mundo hodierno requiere no sólo una sólida formación en competencias técnicas de quien lidere, sino también la destreza para comunicar conectando con un amplio espectro de población. Si a ello se une la recomendable experiencia previa en gestión pública, el sudoku resultante se convierte en un rompecabezas no apto para menores. Tampoco para muy mayores, no vaya a ser.

Cuentan que la reina Victoria, cuando visitó Lancaster House, dijo a la duquesa de Sutherland: “vengo de mi casa a ver tu palacio”. Quizás tan mágico entorno, iluminado por la pintura de su compatriota, facilitó al italiano la inspiración necesaria para pronunciar su célebre frase. A punto de cumplirse diez años de la efeméride, solo nos queda encomendarnos a San Crisógono -y, ya puestos, a San Fermín- para que nos encuentre algún Draghi de esos que tanto escasean. Como si hay que auparlo al cielo sostenido por diez ángeles, faltaría más. Whatever it takes. 

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