Opinión

Zoofilia

Se advierte que el título elegido para la entrega de hoy es susceptible de herir la sensibilidad del lector, aunque pueda ser útil para duplicar -o triplicar, incluso- el número de personas que se fijan en la página y alcanzar así la docena. Además, se previene que los sucesos y personajes aquí retratados son completamente ficticios: cualquier parecido con la realidad, o con hechos que hubieren podido acontecer, debiera ser pura coincidencia. O no.

Suelen tildar esta columna amistades bienintencionadas -esto es, sus únicas seguidoras- de “erudita”; algo que, en principio, no deja de resultar sorprendente. Pero, puestos a profundizar en la certeza de semejante aserto, conviene recordar, ante todo, que ese vocablo procede del latín, juntando el prefijo “ex” (“fuera de”) con la raíz “rudis” (rudo); por lo que tal adjetivo alude a todo lo que se aleja de la tosquedad. Sale en Google.

Siendo así, puede aceptarse el calificativo otorgado -quién lo iba a decir-, aunque no deje de parecer una cordial a la vez que cariñosa advertencia, teñida de mandamiento: no aspirarás a influencer por el camino del saber. De ahí este sutil guiño a la rudeza, para disipar las reticencias que albergue quien se aventure en tan proceloso mar de palabras, cual Jasón al frente de los argonautas. Erudición cero; apta para (casi) todos los públicos.

Eccolo qui: un título con garra -o garras-, como procede. En línea, además, con el actual debate político. Ése que mantienen nuestros representantes, o sea, ahí donde el insulto puro y duro, mucho mejor rebozado en barro, eleva a una categoría incalificable la descalificación al adversario. Y brillando por su ausencia -lo peor de todo- cualquier atisbo de gracia o ingenio, en la inmensa mayoría de los casos.

Siendo Camilo José Cela senador, cabeceaba y cerraba los ojos durante el discurso de otro miembro de la Cámara, por lo que le advirtieron que estaba dormido, a lo que él respondió que, en realidad, estaba durmiendo. Convendría verificar qué recogen las actas de la sesión; pero cuentan que, reprochando al escritor estar diciendo lo mismo, éste sentenció: no es igual estar dormido que estar durmiendo, como tampoco lo es estar jodido que estar jodiendo.

El eventual escándalo entre las abuelas de aquella época por escuchar tamaña grosería en boca de un senador no le resta un ápice de chispa, aparte de no atentar contra la dignidad de nadie. A lo sumo, pudo tener el efecto de socavar jacarandosamente la autoridad de quien pronunció esa incómoda admonición. Puede que lo mereciera: no es propio de gente bien educada disturbar el sueño de señorías ocupadas con tan ardua labor. 

Poco que ver tiene lo descrito con el lamentable espectáculo -amplificado por un enjambre de medios de comunicación y redes sociales- que regalan hoy a la ciudadanía de forma cotidiana desde diputados rasos hasta un exvicepresidente del Gobierno, pasando por algún que otro alcalde. Ya solo falta incluir el título elegido entre el rosario de oprobios achacables al adversario, en espiral de invectiva tan estéril como ridícula. 

Como de todo cabe aprender en la vida, siempre es revelador experimentar desde la barrera nuevas facetas de ese curioso sentimiento que es la vergüenza ajena. Desparecida la elegancia parlamentaria, puede que no volvamos a ver rastro de ella; como tampoco entre sus señorías -con independencia de la cámara- un premio Nobel, al menos, de literatura. Ni, seguramente, de economía. Quizás de exceso. Que no hay.

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