Opinión

Cinismo

Cabe pensar que por la fecha en España conocida como el Día de los Inocentes, se pueda cometer todo tipo de chanza, guasa, pitorreo, rechifla, recochineo, chirigota, cachondeo, choteo, mojiganga, sátira, befa, carnavalada, chufa, novatada o, en definitiva, cualquier inocentada, entendida como la broma sin perjuicio, menoscabo o agravio, a todo conocido o por conocer. Por eso nadie se ofende el 28 de diciembre al ser víctima de una bufonada.

Esa data que marca el almanaque como el 28 de diciembre, rememora para la cristiandad el genocidio imputado al rey de Judea, Indumea, Samaria y Galilea entre los siglos I a.C. y I d.C. Herodes I el Grande. Sin embargo pese a la acusación, jamás ordenó ejecutar a todos los niños de hasta cuatro años para deshacerse del recién nacido aspirante a rey de los judíos. Por más que las crónicas se esfuercen en mostrar a Herodes como un sujeto zafio y mezquino, en cuyo palacio más valía ser cerdo que infante, lo cierto es que nunca se dio tal masacre.

Una compleja combinación de acontecimientos y libros anteriores a la redacción de la Vulgata fueron lo que llevó a distorsiones espurias que acabaron por asentarse como tradición. No es este el único acontecimiento falaz ni fraudulento a lo largo de la existencia de los pueblos y estados. La historia está plagada de muchas mentiras interesadas, redactadas al gusto o necesidad de cada mandatario de turno, sin olvidar un buen saco de paradojas e ironías.

Precisamente mentando contrasentidos y sarcasmos, merece la pena leer el Boletín Oficial del Estado número 312 del 29 de diciembre de 2021, donde se publica una retahíla de Reales Decretos aprobados por el Consejo de Ministros -que no el rey-, el anterior día 28 de diciembre, a la sazón el Día de los Inocentes. Porque lo promulgado excede el chascarrillo para alcanzar la mayor de las ignominias, lo mismo al jefe de Estado además de un no menor oprobio al conjunto de los ciudadanos, sin importar ideología ni simpatía política. En un porcentaje considerable esos reales decretos constituyen un insulto sin ambigüedades a todos los españoles. En la concesión de la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III está el disparate, y no por toda la nómina de homenajeados, sino por una parte de ellos y sus respectivos méritos. El vituperio viene a cuenta de que el motivo de la condecoración obedece a premiar “las virtudes personales y el mérito alcanzado en el servicio al Estado y a la Corona”. Siendo así, nada que objetar de la concesión a Alberto Ruiz-Gallardón, José Manuel García-Margallo, Pedro Morenés, Ignacio Wert, Luis de Guindos, Alfonso Alonso. Pero al llegar a José Manuel Soria la cosa muda a sospechosa considerando que, desde la oposición, PSOE y Podemos no cejaron en su empeño en que dimitiera por una una empresa offshore panameña que su padre poseía inactiva desde 15 años atrás. Claro, la explicación está en que el Gobierno ha maniobrado para justificar la concesión al exministro Pedro Duque -quien se negó a dimitir por tener una sociedad interpuesta activa escaqueando impuestos-, y el fugaz exministro Maxim Huerta, que a la semana de jurar dimitió por un fraude fiscal muy gordo.

Aparte de la duda sobre los merecimientos de Dolores Delgado al crear un clima hostil en la magistratura; José Luis Ábalos, que salió por la puerta trasera. Salvador Illa Roca por exiliarse a Cataluña en plena crisis de covid-19; Isabel Celaá, cuya mayor virtud fue enfangar con un proyecto educativo que se redujo a derogar el anterior; Magdalena Valerio Cordero, Carmen Montón Giménez, José Guirao Cabrera, con unos cuantos más que no saben ni contestan, la pregunta obvia que ronda a todos los ciudadanos no es sólo qué extraordinarios servicios pudo haber prestado al Estado Maxim Huerta en una semana en la que no movió un dedo, lo escandaloso es qué servicios prestó a la Corona Pablo Iglesias Turrión, para hacerse acreedor de la mención. A la luz de lo visto cabe suponer que se trata de un tinglado en el que los altos cargos del país se premian a sí mismos intercambiando cromos en el patio, reduciendo a los ciudadanos de inocentones.

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