Opinión

Conciencia crítica

E l electorado se ha instalado en la tumbona mental, dejándose seducir con cantos de sirena por simple simpatía. Cuando al respetable no le gusta lo que hace un partido, se limita a aplaudir la opinión del otro, babeando aún a sabiendas de que en infinidad de ocasiones vitorean auténticas necedades.

El ejemplo más claro está en una de las grandes preocupaciones de los españoles, el desempleo. El PP se comprometió a crear empleo. Sin entrar a valorar la cuantía y calidad, en sí mismo constituye un enunciado y una propuesta. Pero ante la insatisfacción de un sector de la población, Podemos, en lugar de mencionar el paro y hacer una proposición en tal dirección, se sale por la tangente ofreciendo desde la nube un salario social. El sentido común dicta que para poder sostener económicamente ese beneficio sería imprescindible el pleno empleo que generase los recursos necesarios para sostener esa cuantía, y llegados a ese punto, se haría innecesario el salario social, lo que viene a ser tan absurdo como la paradoja de Epiménides, por la que todo lo cierto es mentira pero la mentira es verdad.

Como ciudadanos tenemos la obligación de extraer algún aprendizaje de nuestro devenir histórico y político, ser más ambiciosos e intervenir de un modo más activo en el curso del país. Con unos comicios en ciernes, es el momento de que los colectivos vecinales, sociales y profesionales se entrevisten con los candidatos para exponerles sus inquietudes, necesidades e intereses, evitando que los políticos vivan de espaldas a la realidad de la población. No se trata de fomentar tipo alguno de clientelismo, antes bien, de informar y exigir a los futuros cargos públicos una serie de compromisos concretos en beneficio de la mayoría. Exigir limpieza a los libres designados haciéndolos responsables de sus actos, y no sólo atender al castigo de no volver a ser elegidos, pudiendo marcharse indemnes a sus casas con el bolsillo caliente.

Por supuesto hay muchas maneras de controlar la corrupción, tres en particular que transformarían al país casi en un vergel de pureza. La primera medida debería instar al Parlamento resultante de las urnas a la aprobación de una Ley que impida a los partidos políticos financiarse con recursos ajenos a las asignaciones de la Administración y las cuotas de los afiliados. Absolutamente nada más, ya que de ese modo se impide adquirir obligaciones con grupos económicos de presión, convirtiendo la administración de los recursos del Estado en más ajustada a las necesidades de la ciudadanía antes que de los grandes consorcios.

Obviamente la segunda es ratificar una legislación que impida que aquellos que han ejercido cargos públicos de responsabilidad, puedan incorporarse a los consejos y cúpulas de las grandes empresas, lo que evitaría que durante su paso por el poder aprobasen normas que las favorecieran en detrimento de los ciudadanos, para poder ir a cobrar su puesto de Judas nada más abandonar la cosa pública. Exceden los ejemplos, de sobra conocidos, de quienes luego de haber sido ministros o presidentes disfrutan de su retiro dorado en las eléctricas, a costa siempre de los parroquianos.

Y por último la fiscalización de todas las concesiones, el control de las empresas que obtengan una licitación, de manera que se compruebe si las obras son ejecutadas mediante subcontratas, estimando el coste real que tuvieron de ser así, de modo que el Estado pueda ejercer el derecho de tanteo y recuperar las diferencias numerarias. Así se evita que los ciudadanos tengan que pagar fortunas a grandes empresas que acaban contratando a cuatro portugueses para ejecutar las obras por tres euros, lo que permitiría afrontar mayores acciones por parte de la Administración con menores costes, y la consecuente bajada de impuestos. Esta es la realidad del país, éstas son sus necesidades y estos los compromisos exigibles para votar a quien cumpla, y al que no, que responda por su responsabilidad u omisión.

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