Opinión

El anillo de Giges

Recogía el gran filósofo griego socrático Platón, entre los siglos V y IV a.C., en su monumental obra “La República”, en el Libro II, el mito del Anillo de Giges. Narra Platón que era Giges un cabrero al servicio del rey de Lidia. Pastoreando en cierta ocasión el ganado percibió una grieta en el suelo, posiblemente provocada por un terremoto. Sorprendido se aventuró por la hendidura, hallando un sinfín de objetos maravillosos, entre los que destacaba un sarcófago de bronce con forma ecuestre, cuyo interior albergaba el cuerpo inerte de un gigante, que llevaba por vestimenta sólo un anillo de oro y, tomándolo para sí, Giges regresó a la superficie.

Una vez a la luz del sol, Giges descubrió que el anillo poseía la mágica facultad de volverlo invisible si giraba la piedra del anillo hacia el interior, restaurando su figura al virarlo nuevamente. Consciente del poder que suponía poseer la alhaja, solicitó que lo incluyeran en la lista de pastores que periódicamente debían asistir a presencia del monarca para rendir cuentas de su labor. No bien llegó a palacio sedujo a la reina, con cuya ayuda despachó al rey, haciéndose con el trono.

Pero lo interesante de esta leyenda es que Glaucón, otro filósofo griego coetáneo a Platón, quiso poner de manifiesto la maldad inherente del hombre quien, viéndose en ocasión de poder realizar cuantos actos reprobables quisiera sin ser visto y por lo tanto castigado, no vacilaría ante las conductas más depravadas y criminales, pues tal sería según él la naturaleza humana, lo que justifica la necesidad de leyes para evitar comportamientos injustos. Tal es la visión de Glaucón que sostenía que, de haber dos anillos mágicos y se le dieran a una persona buena y otra mala, al final no habría diferencia entre ambas ya que ante la impunidad, los dos acabarían abusando en su propio beneficio, estableciendo que nadie es justo por voluntad sino por necesidad.

En sus “Diálogos”, Platón replica que, por el contrario, cuando el hombre ha sido instruido, se convierte en justo y bueno, ya que al existir el Bien como una verdad conocida por el hombre, a éste le resulta imposible actuar en contra de tan noble principio. Con todo, Glaucón deja sentenciado que, poseyendo semejante poder, dado que el hombre considera que, a título personal, le resulta más ventajosa la injusticia que la justicia, si alguien no quisiera hacer daño a otro, a los ojos de todos sería un desgraciado estúpido.

A muchos todo esto les sonará lo mismo al Señor de los Anillos de Tolkien que a Harry Potter, cosa que no es de extrañar considerando que los clásicos ya tocaron todos los palos y, tras ellos, lo único reseñable son las versiones.

Trasladado este mito al tiempo actual, en el que en las sesiones de control parlamentario, el Gobierno central esquiva dar cuenta de nada, pese a la alarmante miasma que lo circunda -léase el efluvio maligno que, según se creía, desprendían cuerpos enfermos, materias podridas o aguas estancadas-, desapareciendo del poder para ejercer el papel de oposición frente a la oposición, la pregunta obvia es cómo es posible tanta corrupción existiendo un Tribunal de Cuentas. 

Parte de la respuesta está en el confinamiento de 2020. Todo esto tiene mucho que ver con las tropelías que se realizaron desde ese momento y que ahora gravitan sobre Koldo. Valga como ejemplo la suspensión de la concesión a la empresa adjudicataria de transporte entre Canarias y Baleares con la Península, sustituida a dedo por otra empresa afín a los intereses de Ábalos, y por si alguien tiene dudas, que consulte el Boletín Oficial del Estado desde los días anteriores a la declaración del Estado de Alerta y su posterior y forzosa, aunque no deseada suspensión. El BOE nunca miente. 

Cabe suponer que, desatendiendo a Glaucón, algunos políticos y allegados creen poseer el Anillo de Giges pero, como dijo el poeta griego Sófocles, un Estado donde quedan impunes la insolencia y la libertad para hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo. La regeneración va en camino.

Te puede interesar