Opinión

El Escorial

Cualquiera que se vea obligado a circular por la ciudad de Ourense, de inmediato se pregunta si, o bien el consistorio está construyendo El Escorial, o si bien el regidor está buscando el tesoro del pirata Barbanegra.

Tras un esfuerzo febril por retirar las losas de las aceras, sustituyéndolas por un más noble material como es la piedra de granito, ahora resulta que el tradicional empedrado de las calles queda sepultado por una capa de asfalto.

De lo primero decir que, las pocas veces que llovió desde que comenzaron las obras, al menos en el perímetro del Parque de San Lázaro, los viandantes practicaban patinaje artístico, tal es la característica de ese sollado mojado. Pero si este no fuera motivo suficiente y sobrado de preocupación, el problema se agrava ahora con el alquitranado de las vías, porque a las propias características del producto se une su color. 

Quiere decirse con eso que con el frío y la humedad característica de la ciudad, en invierno el asfalto tiende a cuartearse, provocando baches. Claro que eso sólo son los nueve meses de invierno. Cuando tocan los tres de infierno, en verano, al subir la temperatura el alquitrán hierve, liberando volátiles que son nocivos por inhalación. Por si eso no bastara, su naturaleza refractaria y su manifiesto color negro provoca que concentre y refleje aún mayor temperatura, en una ciudad habitualmente castigada por el calor en el estío.

Estas obras, junto a las Torres de Mordor, acabarán siendo un quebradero de cabeza, y no sólo para los peatones y conductores, sino para el comercio y la hostelería -es decir para la mayoría del censo-, porque las calles cortadas acaban causando un impacto negativo en la economía de la ciudad, ya bastante castigada por la sucesión de tragedias de estos tres últimos años.

Más de uno se preguntará si a la postre la alcaldía lo “solucionará” con otro bono municipal, que nadie sabe de dónde podrá salir con unas arcas bastante estrujadas, la cuestión es cómo se acomete semejante sin que nadie diga ni pío.

Si hay una cosa que dejó clara el anterior presidente de la Diputación, José Manuel Baltar, con su convocatoria para nombrar candidatos a la Medalla de Ourense, y por otro lado la propia Corporación Local, es que a día de hoy existen medios técnicos, estructura e infraestrucutura para que los ciudadanos puedan pronunciarse en las mejoras.

Algo que trasciende a la democracia representativa, alcanzando la participativa, en la que previa consulta de las instituciones, los ciudadanos pueden pronunciarse acerca de qué tipo de obras, mejoras y/o servicios prefieren en cada barrio, en función de los recursos disponibles.

No es esta una cuestión baladí, porque si hay algo que el electorado está harto de ver es cómo los políticos incumplen los compromisos adquiridos antes de las elecciones, pero como el voto es secreto, luego escurren el bulto porque nadie puede, en rigor, demostrar qué votó al candidato -se trata de una papeleta anónima en una urna y no de un poder notarial-, con lo que se considera liberado de sus promesas.

Una consulta anual a los ciudadanos supone transparencia en la gestión de lo público. Obliga al cumplimiento, evita corrupciones; apropiación, mala gestión o malversación de recursos, y en el caso de la Administración Local, la más próxima al ciudadano, fomenta la participación popular en la toma de decisiones. Esta es la única manera de humanizar la ciudad sin asfalto, y de que, parafraseando a Daniel Castelao, el Pueblo sea soberano más días que sólo el de las elecciones.

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