Opinión

Entre bastidores

Tras una prolongada ausencia, estando ya mi casa sosegada, al más puro estilo de san Juan de la Cruz, permítame el lector la licencia de escribir el presente artículo en primera persona, a la manera de las cartas abiertas, porque esta no es otra sino que una carta abierta a la ciudadanía.

Así las cosas, a la memoria me viene el 9 de junio de 2015, coincidiendo con el trigésimo aniversario del ingreso de España en la Unión Europea. Por invitación del entonces presidente de la Diputación Provincial de A Coruña, Diego Calvo Pouso, se reunió en el pazo de Mariñán, concello de Bergondo, una escueta representación de personas vinculadas con Galicia, entre ellas Daniel Varela Suances, Francisco Millán Mon, Ana Miranda, Camilo Nogueira, José Vázquez Frouz y Pepiño Blanco, siendo este último el protagonista, junto a este que suscribe, de un rifirrafe en el que, tras arrostrarle al exministro que se deberían plantear listas abiertas para las elecciones, su contundente argumento fue que, de ser así, el electorado quedaría en manos de los lobbies. 

Menciono a Pepiño Blanco por ser del PSOE, dejando claro que lo que aquí se va a dirimir está completamente fuera de cualquier tendencia política, y que para que la democracia goce de buena salud es premisa fundamental que existan formaciones políticas capaces de asumir unas elecciones.

Debo aclarar a continuación que seguramente mi visión sobre el tema que nos ocupa diste bastante de lo ordinariamente aceptado, ya que una de las disciplinas que más me han fascinado es la llamada Ciencia Política, Administración Publica y Relaciones Internacionales. Digo que se aparta de la acepción popular porque aporta una valoración muy diferente de la cosa pública y sus actores, alejada de ideologías y simpatías.

Esta aclaración es fundamental para entender que en el mundo de la política, entre los fundamentales agentes sociales se hallan los partidos políticos, cuya finalidad estriba en canalizar la voluntad popular, de ahí la importancia de que sean estos sólidos en todos los sentidos, debidamente administrados y dirigidos ya que, de faltar alguna tendencia, la democracia se vería resentida al dar con sectores ciudadanos que no estarían representados en las instituciones.

Hasta aquí una visión de manual. El problema se suscita en la debacle que tuvo lugar en Ourense tras las elecciones municipales, así como las consecuencias que podrían desencadenarse a partir de ahí. Que algún candidato a la alcaldía de la ciudad Auria se durmió en los laureles es una obviedad, los resultados hablan por sí mismos, pero lo que realmente llama la atención es el tejemaneje que se armó en la carrera por ocupar el escaño del regidor local, en el que se terciaron negocios a la espalda de propios y extraños, cocinándose la alcaldía por trileros desde la sede compostelana. 

El resultado es ya de todos conocido. Paco Rodríguez se quedó mirando al horizonte, Manolo Cabezas tragó saliva sin dar crédito a lo que estaba pasando y Luis Seara se quedó impertérrito en su silla, mientras Gonzalo Pérez Jácome se llevaba el gato al agua. En medio, y sin explicación alguna, este extraño negocio se cobró la cabeza del presidente de la Diputación Provincial, hecho que no deja de ser una irresponsabilidad a sabiendas de que, una vez convocadas las generales, el reloj ya descontaba tiempo para la campaña electoral.

He aquí el gran problema: no se puede descabezar una formación sin margen de maniobra para que un partido participe con fluidez, permitiendo a un sector ciudadano verse representado con garantías, evitando quedar en manos de lobbies. Por eso, y no porque nadie me caiga mejor o peor, debería haber sido el presidente provincial del PP, José Manuel Baltar, el que continuase en la presidencia de la Diputación para normalizar las elecciones... y después, el diluvio.

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