Opinión

Perros de paja

Después del debate de investidura queda claro que a los ciudadanos les espera la del pulpo. Cualquiera diría que, efectivamente lejos del club de la comedia, el debate -y los debatientes- se entregaron a la diatriba más zafia de las que hasta la fecha se ha podido presenciar, con el horizonte a la vista de que esto arrecia.

Por un lado un candidato a la presidencia cansino y en ocasiones incluso cargante, consciente de que la batalla en el Congreso de los Diputados estaba sentenciada de antemano. Los reproches al PNV poco menos que coaccionándolo a su apoyo fue un acto más en el sainete que tocó tragar, en el que el candidato, más que un discurso de investidura, le leyó la cartilla a todos con borrones de tinta cargados de sapos y culebras.

¿Feijóo perdió? No. Apenas asistió a la última escena de la crónica de una muerte anunciada en la que sacó un rendimiento político mayor de lo imaginado. Si salió ufano del Palacio de las Cortes es por la certeza de que, a partir de la hipotética investidura de Sánchez, empuñará su mayoría absoluta en el Senado cual espada flamígera, como un muro de contención capaz de estrangular la mayoría de las iniciativas del también hipotético gobierno de Sánchez. El precio a pagar ha sido un discurso, a veces denso y otras tosco, que se le ha atragantado a sus señorías, a él y a sus votantes.

Lo penoso ha sido la actitud del Presidente en funciones, jugando al coro de la mano de la Presidente del Parlamento, llamando al orden a los oradores pero obviando la inoportuna conducta de Sánchez por dos motivos. El primero, porque no es el presidente de la asociación de empresarios de la plaza de abastos sino el del Gobierno de España, es decir, que su obligación no se limita a sus electores -a los que por otro lado desconoce-, sino que representa a todos los ciudadanos, los que lo votaron, los que no, los que no tienen edad, mejor o peor juicio, ni tuvieron ganas de hacerlo.

El segundo, porque la humillación a la que quiso someter al candidato, mandándole respuesta por un diputado de tercera fila, trascendiendo por completo a Feijóo, alcanzando de lleno a aquellos ciudadanos representados por el candidato a quienes despreció, con el agravante de ser una cantidad mayor que la que le apoyaron a él, lo que prueba que su interés no está presidir el Ejecutivo desde un principio de igualdad sino el de mandar en su cortijo.

Sánchez no sorprendió, porque ya tiene al respetable acostumbrado a su narcisismo, pero ha sido deplorable su secuencia de gestos tan groseros como estúpidos, sin ser consciente -o lo que es más grave, siéndolo-, de las muecas y risas con las que agredió al representante de una mayoría de electores. 

Los contendientes en el Congreso, porque a estas alturas ya es lo que son, con una dialéctica cada vez más belicosa, apoyados en un tsunami de marketing, en lugar de llegar a acuerdos de gobernabilidad que garanticen el progreso y el bienestar del conjunto de la nación, apenas se enzarzan en una guerra abierta en la que buscan confundir, mancillar la verdad y enfrentar a la ciudadanía con eslóganes que ocultan intereses espurios de cuatro minorías que, Sumadas, apenas siguen representando a una minoría que busca como sea imponerse a la voluntad del conjunto de los ciudadanos.

El coste de los pinganillos y traductores, para al final admitir que el castellano es la lengua común y vehicular de todos los españoles, es una muestra más del capricho y agresión que puede esperar el país los próximos cuatro años, fruto de la incapacidad de los respectivos candidatos para liderar un proyecto ilusionante y capaz de aglutinar a la mayoría, salvo que paradójicamente los nacionalistas catalanes lo remedien defenestrando a Sánchez. Cae el telón y los perros de paja relamen la sangre de la ciudadanía, más desamparada que nunca, en un país vendido a unos pocos.

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