Opinión

El autónomo cabreado

No es la primera vez que salgo al caso, o al papel, o al océano en que se ha convertido hoy el navegar laboralmente. No se trata ahora de reivindicar para uno la mayor nave con la que surcar estas aguas tan turbulentas que nos han tocado en este tiempo. Todos, o casi todos, tenemos que luchar a tope para mantenernos a flote en esta mundialización económica que no te permite quedar pasmando en casa a la espera de que Avon llame a tu puerta y te traiga bocatas y calefacción, o mantenga tu estado de bienestar en el que llegaste a pensar algún día que te podría corresponder toda la vida por derecho o hecho mismo de estar en el siglo XXI. A desengañarse toca. Porque desde luego si pasmas mucho pierdes la plaza y te ahogas, a no ser que pasmes con pasaje para navegar en el bravo mar que te hayan dado en un momento de gracia anterior para el gran barco Jubilación. O que te metan en un barco Funcionario, parecido al anterior, porque hayas ganado plaza opositando y no importa cuando. Esto es así, al igual que podrás seguir pasmando si está en el caso de esa minoría que por derecho de pasta acumulada navega en el trasatlántico Lujo. Lógicamente, un pasmar dentro de la incertidumbre que siempre representa la posible ola gigantesca que puede embestir con toda su naturaleza abriendo boquete en cualquier expectativa y quehacer humano; dentro pues de lo que cabe, unos y otros van más o menos seguros a hacer la misma travesía currante que otros muchos, autónomos la mayoría, que indudablemente corren más riesgo al tener que hacerla en pequeñas y simples dornas, cuando no mismas pateras, y sin flotador siquiera. Hasta aquí podríamos hacer cierta analogía con los beneficios, impuestos o gravámenes que tienen que soportar pasajeros de unos y otras, a sabiendas por experiencia, y por mucho que la traten de obviar los gobernantes, de que hay comparaciones odiosas como, por ejemplo, en el absentismo del autónomo respeto al otro, o a la libranza por moscosos que el autónomo hace suyos como mocosos por no beneficiarse de estos recreos. O sea que ‘unos’ barco o trasatlántico, ‘otros’ dorna o patera, y ‘todos’ hacia la misma costa donde poner una pica para seguir siendo y existiendo.

Pero lo que más cabrea al ‘autónomo cabreado’ es que en tales condiciones y marcadas las reglas del rumbo a seguir, venga el grande a poner la proa encima de su popa, ya no por machaque intencionado sino simplemente porque no sepa llevar su timón. El cabreo es más que por un derecho al respeto debido por mínima ética de competición, donde el resultado no es glorioso por vencer ninguna carrera de este tipo sino sólo ignominioso al hacer naufragar o irse a pique al que rema con sus propios brazos. Hoy estamos asistimos a la triste realidad de ver como instituciones cuales Concellos, Universidades, Fundaciones de banca rescatada y otros, en lugar de hacer sus quehaceres (administrar, proporcionar mejor conocimiento en la materia para la que están Facultades/os, dar préstamos para crear riqueza, etc) pisan los campos propios donde el autónomo trata de sobrevivir. Y por puñetero marketing y mercadotecnia del mediocre. Es increíble que estos entes públicos y/o privados (a los que le han regalado su espacio el Estado) se dediquen a hacer la competencia a autónomos que tratan de sobrevivir con todas sus cargas, las que esos mismos organismos de por sí les ponen encima (léase impuestos y tasas varias, amén de normativas y legalidades muy exigentes), ofreciendo cursos, talleres y servicios que nada tienen que ver con el fundamento de los mismos. ¿O es que el servicio de peluquería, guardería, fisioterapia, profesorado de idiomas, cafetería, psicología, entretenimiento, poesía, etc… - por encima a precio de saldo y que pagamos todos- lo tienen que ofrecer a todo el mundo (mayormente no necesitado) como si los profesionales privados no pagaran tributos, local, licencia y demás y lo necesitaran? Vergüenza les tenía que dar.

Te puede interesar