Opinión

LOS QUE NO CONTESTAN

Dice el refrán que no hay mayor desprecio que no dar aprecio. Verdadero. Porque no dar aprecio es ignorar, no tener en cuenta o pasar de alguien como solo se puede pasar cuando ese alguien es don Nadie, o es nada para quien lo desprecia. Otra cosa es que compartamos el axioma. Porque hasta el cabrón de turno tiene nombre y apellidos, piernas, ojos y cabeza, por no decir corazón y posibilidades de amar; siempre es alguien potencialmente con capacidad para dejar de ser cabrón algún día, a excepción de alguno, claro está, que no tiene remedio porque ha nacido con la mancha del mal dibujada perfectamente en su lóbulo frontal.


No contestar generalmente es ignorar, despreciar, pero también a veces se puede no contestar con razón al que te habla incesantemente hasta el agotamiento, por pura salvación propia; o al que te habla por hablar y simplemente por no estar callado, por pura huida de la necedad; o al que habla siempre desde una oración principal que busca siempre la subordinada en la tuya, por simple autoestima. Así, no es malo no contestar. Incluso a veces contesta mejor el silencio, o no hay palabra mejor en determinada circunstancia que la lágrima, sonrisa o carcajada, un lenguaje gestual y sin palabras pero de gran poder comunicador.


Sin embargo, siempre comunicación. Porque no contestar al emisor que busca una respuesta, sobre todo en algún tipo de asunto personal del corazón, resulta ciertamente despreciable, amén que denote cierta falta de educación. Hablamos de alguien y no algo. No nos referimos a escritos dirigidos al don o cargo, esos que no conllevan especial trato humano sino más bien 'contrato', sea económico o de otro tipo, ni a ningún escrito a vuelo de twiter o comentario pseudónimo en la nube global donde la naturaleza de la respuesta sea impersonal o anónima. Dejemos fuera preguntas y escritos dirigidos a la fama, al protagonista icono de quinceañeros, al responsable del tipo que sea pero siempre tipo que conlleva ser buzón de correos porque su oficio sea ocuparse de temas amplios que competen al conjunto de la sociedad; dejemos fuera a todos ellos y algunos más casos donde el hecho de no contestar no significa necesariamente desprecio.


Aquí nos referimos a la respuesta necesaria para la dignidad del ser humano, que exige respuesta a otra supuesta dignidad humana a la que interpela por la razón que sea. A estos que nos referimos aquí, que no contestan por interés espurio o dejadez simplista e imbécil, le diremos lo que al arzobispo y que decía Nietzche: 'que la palabra más soez y la carta más grosera son mejores, más educadas que el silencio'. Y es bien cierto. Porque alguno piensa que es mucho más correcto 'callarse como mala puta', que diría el bruto de un primo mío, que sacar a pasear la lengua para afrontar la vida como es debido y correr sus riesgos, pues uno es esclavo de sus palabras y rey de sus silencios. Pero, a la vista de la actual monarquía, ¿quién quiere ser rey?, ¿rey de qué?, ¿de la miseria, de la pobreza, de la injusticia? Es posible que aquel que haya traicionado palabras íntimas de otros en su propio beneficio, cual dichas en un confesionario, pueda sospechar que otros hagan lo mismo con las suyas y por ello se inhiba, pero en tal caso no contestar es la mayor cobardía.


Sin duda el lenguaje se desarrolló para mejorar las relaciones humanas; verbo, sujeto y predicado, sirven como besos o caricias y palmadas para enriquecer el mundo de los afectos de quienes los emplean y para la comprensión del prójimo. Será por deformación profesional o por costumbre de utilizar permanentemente las palabras en la comunicación, que me cuesta comprender a esos que parecen tender un desierto vocal allá donde no debe haber arena. Allá ellos, y allá yo y los que como yo sienten sed, hambre y ansiedad por palabras justas de los demás.

Te puede interesar