Opinión

El sabio y andar por casa

Me reía yo solo de recordar la anécdota. Porque érase, mejor dicho es, una persona que lo sabe todo o casi todo, o sabe lo que no sabe nadie o casi nadie. Es un ser lector y pensador por encima de todo, o por encima del Totustelevidente, con muchas canas en la cabeza, si tuviera más pelo. Gran conversador, a pesar de que para algún amigo suyo pasa por algo túzaro (término que no aparece en el Eladio pero sí en el diccionario de Francisco Javier Rodríguez), en su acepción de esquivo. Y algo de cierto hay en ello, porque esta gente que lee y relee no es buena de conformar con los latiguillos deluso social cotidiano, sobre todo si lo que lee pasa por su cabeza no como quien tiene que examinarse de nada, es decir, si comprende lo que lee y lo aprehende, por lo que escucharlo siempre mola ya que de él también algo siempre se aprende. Ciencia, religión, geografía, cine, sociología, política, psiquiatría, literatura, música y demás materias que puedan traer los vencejos recién llegados que vigila el sabio en la estación son materias que por gigabytes informáticos se ordenan mediante un programa bien amueblado en su cabeza. Memoria e inteligencia bien casadas en este señor hace que sepa (aunque solo sea algo) de todo, lo que a veces hasta se hace incómodo para el que tenga el vicio de comparar talentos. Ciertamente no es este señor el único que conozco que se acerca a cierta suerte de sabiduría, pues hay más, y muy cerca, a los que siempre he animado a sacarle jugo a su conocimiento, pues como no lo airean pragmáticamente al menos algo podrían obtener en esos programas de la ‘2’, faltaría más, como el Saber y Ganar. Pero no hay manera, ni por esas ni por las pesetas o euros golosos se mueven aquellos que pasan el tiempo entre línea y línea de libros escogidos con esmero y que resultan su tesoro.

Volviendo al señor que les relataba antes, recuerdo el motivo de la risa que recidiva en mi memoria. Tal como la risa que pudo provocar Tales, el de Mileto, cuando caminando metió la pata en un hoyo por ir escrutando las estrellas, o como aquellas risas inocentes pero algo pérfidas de cuando niños soltábamos al tropezar un amigo y caerse de bruces en el suelo, llámese el amigo uno mismo o el prójimo; tal como éstas pudo ser la mía el otro día al recordar a este sabio camarada simplemente preocupado en una ocasión por tener que comprar un colchón conque renovar el suyo viejo que en lugar de dar ya le quitaba descanso. Su motivo de preocupación por comprar este objeto lo consultó conmigo y un tercero, otro sabio pero en literatura, que fue quien nos indicó a ambos una tienda donde los vendían. A los dos, por algo; quizás por ese algo que mi hizo acompañar al sabio sin pedírmelo, intuyendo cierto jeroglífico que el dichoso colchón se levantaba ante sus narices, por otro lado narices con poca pituitaria para el papel más práctico y no de celulosa del día a día. Pero es que un colchón es un colchón y su elección nada fácil si no se está acostumbrado, como es lo normal, porque ¿cuántos colchones compra uno en la vida?; además, el peso de cada uno, la postura al dormir, incluso la temperatura, dicen, son importantes para decidir si de látex, espuma o muelles, de plaza y media o una sola, reclinable, en oferta, y todo ello adepende–que diría el tío Pepe- del precio. Pero pese a toda la tribulación anterior por la compra del colchón, fue llegar y besar el santo; bastó una chica espabilada que rompió el fuego y apagó el incendio con dos cosas que quería saber el sabio y que ella complació. Al día siguiente y no séptimo descansó como hacía tiempo no había hecho. Y a mí me viene la risa del contraste entre las estrellas del conocimiento superior y el hoyo inferior del colchón de andar por casa que impidió tanto tiempo el descanso del camarada antes de cambiarlo. ¡Que cosas!.

Te puede interesar