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CAMPO DO DESAFÍO
Cuento los días que faltan para el estreno de Siràt, la película de Oliver Laxe, Premio del Jurado en Cannes. No formando parte de los pocos privilegiados, incluidos los vecinos de Navia de Suarna, que han tenido oportunidad de verla, la llegada a las salas comerciales a partir del próximo día seis, es ya una pequeña expectativa que alimenta la impaciencia. Y es que el recuerdo de la anterior película, O que arde (2019), de imágenes tan poderosas y gestos y palabras tan mínimos como expresivos, permanece allí donde guardamos las cosas que nos emocionaron y sorprendieron en su monumental sencillez. Dicho lo cual, tampoco ignoro los trucos promocionales de las dos poderosas productoras detrás de esta película: Movistar+ y El Deseo, la factoría de los hermanos Almodóvar.
Cuando Hollywood parece haber claudicado ante el trumpismo desaforado, la obra de Oliver Laxe, “un pensador que hace cine”, representa un inevitable recordatorio de la exigente travesía que Laxe enuncia: “vivimos un período de zozobra, de decadencia evidente”.
Porque en el cine, como en la música, el arte o la literatura, el comercio no desprecia los buenos productos y, hoy por hoy, Oliver Laxe es una oportuna contraimagen. Una presencia que encaja con los nuevos discursos de la insatisfacción, de la ansiedad, también de la depresión y la inadaptación, hasta ofrecer el completo retrato de una juventud que, como es su caso, se adentra en la cuarentena sin que los cimientos firmes de la infancia -“es una suerte venir de una familia de inmigrantes, de obreros”, recuerda Laxe, hijo de gallegos instalados en París- cesen de disolverse bajo la lluvia del propio tiempo.
Otro hijo de gallego, instalado también en París, de una generación anterior, Manu Chao (1961), anticipaba esta mirada, compartida con Laxe, nada convencional sobre ellos mismos y el entorno; este particular modo de ejercer la pertenencia a un lugar, Galicia, pero sin dejar de tender las raíces en otras tierras y otras tradiciones. Un nihilismo desesperado, al que imagino en permanente lucha por zafarse de los tentáculos del halago tanto como del aislamiento y la amenaza de la sensibilidad mimetizada. Siràt es ya una película en el portfolio de una gran distribuidora norteamericana, con olfato para colocarse en el horizonte de los Oscar, una alfombra que los Almodóvar tan bien conocen. Cuando Hollywood parece haber claudicado ante el trumpismo desaforado, la obra de Oliver Laxe, “un pensador que hace cine”, representa un inevitable recordatorio de la exigente travesía que Laxe enuncia: “vivimos un período de zozobra, de decadencia evidente”.
A veces es necesario tocar fondo, exprimir los posos amargos del fondo de la botella. “El deseo del ser humano es simbolizar y conocer”, ha dicho el filósofo Gómez Pin. El mundo de Vilela, la aldea en Os Ancares, célula familiar de Laxe, alberga la Casa Quindós, la propuesta que él suscita y ofrece para alumbrar, desde los orgullosos orígenes, una modesta esperanza de renacimiento.
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