Opinión

CORRUPCIÓN

Ala puerta del supermercado, dos mujeres conversan animadamente y, mientras me abro paso entre ellas, no puedo dejar de escuchar un fragmento de su conversación. Sostienen las bolsas de la compra al tiempo que repasan la actualidad nacional y se ocupan, no podía ser de otra forma, de la corrupción política. Y aunque discuten sobre quién es el malo y quién el peor, si este político o el otro, si su partido o el rival, ambas están de acuerdo en que es una pena que hayamos llegado a este punto y prefieren no imaginarse adonde podemos llegar.


Es entonces cuando una de las mujeres recoge la bolsa que ha dejado en el suelo y de donde asoman dos barras de pan y sentencia: 'es que el poder corrompe'. Me sonrío al ver lo extendida que está no esa creencia, sino esa expresión que acuñara Lord Acton en una misiva al obispo Mandell Creighton a finales del siglo XIX y que ha sido repetida hasta la saciedad. Aunque, traducida literal y enteramente, lo que realmente dijo el aristócrata inglés fue que 'el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente; los grandes hombres son casi siempre malas personas'.


Resulta llamativo que el barón Acton no se atreviera a afirmar que el poder corrompe inevitablemente salvo cuando es absoluto. Hizo así lo que esas cajetillas de tabaco en las que se lee que 'fumar puede matar' y que resultan menos dramáticas que esas otras que afirman que, sin ningún género de duda, 'fumar mata'. Pero lo que resulta verdaderamente llamativo es el hecho de que Lord Acton creyese que los grandes hombres son casi siempre malas personas. Llamativo o, cuando menos, triste.


Los romanos sostenían que 'corruptio optimi pessima'. Querían decir con ello que la corrupción de los mejores es la peor de todas y no les faltaba razón. Y aunque los políticos no tienen por qué ser los mejores -esto es una democracia, no una aristocracia-, sí es cierto que están llamados a intentar serlo. Entre otros motivos porque son un referente obligado para muchos ciudadanos, sin dejar de ser, es obvio, un reflejo de la sociedad en la que viven. Quizá por eso su corrupción es la peor de las posibles: porque nos hurta el modelo cívico que ellos deberían encarnar y porque, al mismo tiempo, nos recuerda que vivimos en una sociedad que no es ajena a esa y a otras formas de corrupción moral. Y eso es lo verdaderamente triste.

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